23 de febrero de 2009

Heath Ledger y su merecido Oscar

El pasado domingo se hizo la entrega anual de los premios Oscares, los que entrega la Academia de las Artes y las Ciencias Cinematográficas, y más allá de aplaudirse la correcta elección de la mayoría de los ganadores, creo que es justo dedicar unas líneas a la más atinada de estas: la de Heath Ledger.

El australiano, fallecido el pasado 22 de enero por una sobredosis accidental, se hizo acreedor al Oscar póstumo como mejor actor de reparto por su trabajo en Batman: The Dark Night. Y aunque la terna era difícil (sólo mencionar a Phillip Seymour Hoffman es de miedo), no había entre los candidatos alguno que hiciera sombra a la portentosa actuación de Ledger.

Sí la segunda parte de la secuencia del Batman de Christopher Nolan es hasta ahora la mejor película que se ha hecho sobre el vigilante de la noche, esto es gracias al trabajo de Ledger. Uno puede aplaudir el guión, los efectos visuales, la dirección, etc.; sin embargo, al final basta con ponerse de pie ante lo hecho por el australiano. Seamos francos, desde que oímos su risa y él aparece por vez primera en a película, ya es justo ponernos de pie.

Es curioso, un personaje como el Joker, tan despreciado por muchos y tan admirado por otros -yo, por supuesto, me incluyo en estos últimos-, ha sido interpretado ya por dos de los actores más extraordinarios: Jack Nickolson y Heath Ledger. Comparar sus actuaciones es equivoco pues los Jokers que personalizan son en idea distintos y ambos están perfectamente logrados según su base. Aún así, creo que la diferencia está precisamente en que mientras Nickolson consigue un Joker esplendido, no trasciende más allá de lo que la película le exigía; en cambio, Ledger usa a la película como un telón de fondo para hacer un Joker, en una palabra, perfecto.

La discusión sobre el personaje es larga y sería tedioso copiarla aquí. Sin embargo, es evidente que el Joker diseñado por Frank Miller es quizá el mejor de todos y llevarlo a la pantalla grande exigía un gran trabajo de actuación, mucho más que los anteriores que tenían una historia menos profunda y en algunos lamentabes casos hasta cómica. Ese Joker, el de Miller, es el que Nolan decidió tomar para su película (decisión de sobra acertada y aplaudida) y para representarlo eligió a un actor que, en principio, parecía equivocado.

Seré completamente honesto, cuando me enteré de que él haría el papel del Joker, hice un coraje, una rabieta y luego caminé decepcionado. Sólo conocía su trabajo en 10 things I hate about you, The Patriot y A Knight's tale, y no me parecía ser el adecuado para un papel tan serio como el del Joker (y esta frase no tiene ironía alguna) Mi sorpresa fue mayúscula cuando aparecieron las primeras imágenes e indescriptible cuando fueron surgiendo las primeras criticas alabando su actuación.

La película se estrenó finalmente y aun recuerdo mi salida de la sala del cine. Complacido, extasiado, fascinado y casi orinado en los pantalones de la emoción, me convencí de que ese era el mejor Joker jamás realizado y que lo de Ledger era increíblemente, inverosímilmente portentoso. ¿Un golpe de suerte acaso?, ¿un papel justo a su estilo?

Nada de eso, sólo un papel dado a un maravilloso actor. Porque, lo aclaro, mi apreciación del trabajo de Ledger cambió y se reforzó cuando vi su labor en Brokeback Mountain. Un tipo que es capaz de tal actuación sin duda es capaz de lo que hizo en el filme que este año le entrego un Oscar póstumo. Creo, sin temor a equivocarme, que Ledger corrió con mala suerte en la elección de sus películas hasta sus últimos días, sin embargo, a fuerza de sinceridad, creo que en las anteriores hizo buenos trabajos, considerando que las películas no le exigían gran cosa.

Es una pena que Christian Bale haya sido el actor principal (quién sino, la película es sobre su personaje), porque de sobra me queda claro que de haber sido Ledger el protagónico, su nominación -y victoria- sería por actor en rol principal. Sin embargo, resulta innecesario ya que con el premio dado (sumado a otros) Ledger se inmortaliza como lo que era, uno de los mejores actores de su generación. Es triste e inevitable pensar en lo que hubiera pasado si su trágica muerte fuera falsa, lo que el futuro depararía en materia de cine a este hombre. Cuántas -y de cuanta calidad- películas no nos deleitarán después y cuando alcanzara mayor madurez.

Al final, como consuelo, uno puede ver y volver a vez su secuencias en The Dark Night, y pararse y aplaudir una y otra, y otra, y otra vez.

13 de febrero de 2009

Inventario belga

Es curiosa la idea de hacer un inventario. Lo es más si uno es victima de alguno. ¿Lo han pensado acaso?, hacer una revisión minuciosa de todo lo que se posee, saber su valor, su utilidad para poder venderlo, heredarlo, entregarlo. Es hablar con mera materialidad de cosas, quizá, que han recibido un valor espiritual tras poseerlas.

Sin embargo, un inventario resulta necesario.

¿Y qué si hablamos de un inventario no material, qué si evaluamos aquello que no podemos valorar en ninguna moneda de curso? Hace poco, en la última sesión de mi cátedra de literatura de cada miércoles, la invitada (Silvia Molina) narraba la minuciosa manera de hacer los inventarios por los agentes domiciliarios belgas, asentando ya no cuántos cubiertos alberga la cocina, sino cuántas manchas tiene el espejo del baño o rasgaduras la cortina de la ventana. Y entonces lanzó la pregunta que desde entonces resuena en mi cabeza y hoy motiva esta entrada, ¿y si hiciéramos un itinerario belga, así de minucioso, en nuestras relaciones amorosas?

Lo pensé y lo deseché al instante, sólo para meditarlo enseguida y concluir que no era absurdo y que funcionaria de maravilla.

Un recuento de todas las heridas del alma, de todo lo que debe sanarse. Una revisión esmerada de los orgullos y vergüenzas, de las alabanzas y los reproches. Empaquetar aquello que das, con todo cuidado, sin prometer más, y recibir a cambio lo mismo. Y saberlo desde el momento en que lo recibes, conocer que estás frente a algo con tales cosas, con estos roces, con aquellos desgastes.

Y no es, deba aclarase, un acto egoísta para conocer a donde te diriges y ver si te avientas o no. En absoluto. Se hace cuando uno ya ha decidido aventarse y es precisamente lo contrario a un acto egoísta y de paso lo más cercano a la honestidad y la franqueza.

¡Cuántos problemas no se resolverían!, uno no podría reclamar después que le han hecho daño, que le han abierto nuevas heridas, que le han puesto el dedo en viejas yagas o que han dejado el alma destrozada. No, no si hay un inventario, no si se ha hecho constar que las heridas hay estaban y que no pueden achacarse a nadie. O bien que no estaban y que no hay mayor culpable que ese alguien. Y entonces, ¿si sabemos qué heridas nuevas hay, no es más fácil remediarlas, sanarlas? ¿No es acaso el desconocer el origen de los problemas la real y única causa de que los problemas no puedan resolverse?

Piensenlo un segundo; evoquen sus antiguas relaciones, las actuales, imaginen las futuras. ¿No serían acaso distintas si tuvieran un inventario al iniciarse?, ¿no tendríamos menos odio a la personas antes amadas ni a nosotros mismos?, ¿no seriamos más capaces de reconstruir las cosas y edificarlas mejor?, más aún, ¿no podría así conseguirse una relación más firme, consciente de virtudes y debilidades, al tanto de lo que puede y no destruirla?

Quizá me equivoco, no dejo de pensar en que tal vez todo es absurdo y erróneo. Sin embargo, cuando veo hacía atrás y me hago inventarios postergados, ¡cuánto lamento no haberlos hecho a tiempo!

El reproche ya no me sirve de nada así que me atengo a la promesa.

4 de febrero de 2009

De "El curioso caso de Benjamin Button"

Es difícil, casi imposible, que una película basada en un cuento lo superé. Usualmente los directores de cine intentan acercarse a lo conseguido por los literatos y usualmente fallan a pesar de conseguir extraordinarios filmes. Sin embargo, el domingo me encontré con un caso que contradice este orden.

Hablo, sí, de un filme que supera un cuento. La película "El curioso caso de Benjamin Button" de David Fincher, y basada en el cuento homónimo de Francis Scott Kay Fitzgerald, es un portento de película que supera, desde mi parecer, lo conseguido por el celebre novelista.

El guión, que debemos a Eric Roth (aplaudido ya por los guiones de "Forrest Gump" y Munich"), es una adaptación que toma la idea de Fitzgerald de un hombre que va contra la corriente: nace viejo y con el paso del tiempo rejuvenece. La idea, hay que admirárselo a Fitzgerald, es extraordinaria; sin embargo, me parece que el cuento no acaba por explotarla. Y es ahí donde entra la película.

En el cuento, la historia comienza de golpe, avisándonos de súbito el nacimiento de esa criatura extraña. En la película, antes de ello, nos presentan una mini historia de un relojero que, tratando de recuperar a su hijo muerto, termina un reloj que camina hacía atrás. Este relato, además de ser espléndido, es una manera suave de adentrarnos a un suceso que por si mismo es inverosímil para que, cuando este surja, lo parezca menos y se nos presente más bien cómico o, mejor dicho, menos trágico.

Por lo demás, la historia del relato y del filme es distinta y no vale la pena señalarla. Lo que si vale destacar es lo magnifico que plantea la película su desarrollo. Benjamin Button, que nace viejo, aprende lo mismo que aquellos que nacemos niños ¡y en el mismo orden que lo aprendemos nosotros!, mas con unas sutiles diferencias que hacen su caso, no extraordinario ni absurdo, sino curioso.

Por si el planteamiento de la historia no fuera ya suficiente, la película lo remata con unos diálogos asombrosos. Cada secuencia es en sí un breve relato y cada relato es digno de platicarse, de verse de nuevo. Si el comienzo es para pararse a aplaudir con la historia del relojero, cada una de las etapas de la vida de Benjamin son para hacerlo de nuevo, claro, toda vez nos hemos limpiado las lagrimas.

En fin, la verdad es que si no han visto la película no deberían demorar nada en hacerlo. Si no han leído el cuento, aquí se los comparto. No se preocupen, no les arruina la película leerlo antes o después. Eso sí, olvide decirlo, el final del cuento es lo más rescatable, sencillamente porque consigue eso que en un filme no se puede mostrar pues se consigue con palabras que se adentran más allá que las imágenes.

Por lo demás, y aunque no es lo común, me quedo con la película. Aquí el trailer, hasta pronto.