16 de marzo de 2009

Cantando bajo la lluvia

Contemplaba la torre de rectoría en Ciudad Universitaria, desde uno de los balcones de la Facultad de Filosofía y Letras. Afuera llovía a cuenta gotas. Una de esas lluvias inexplicables, perdida en medio del loco mes de curso, antecedida por un soleado día y seguida por una no menos cálida noche. Era mi cumpleaños.

Hacía tiempo que no veía llover. Lo extrañaba. Con excepción de las insoportables tormentas que no dejan hacer ni ver nada, adoro las pequeñas lluvias y más aún las aisladas, siento que evocan el tiempo perdido y el anhelado tanto como ellas mismas están perdidas. Aquel día, por alguna azarosa y convenida razón, era mi cumpleaños y entre los regalos recibidos sin duda el mejor fue esa lluvia y la pintura de ella.

De camino a casa, con las gotas rozando mi cabeza, sentí una inexplicable alegría y una insensata impaciencia. La ausencia de un sombrero sobre mi pelo me hizo rabiar un poco. No lo deseaba para protegerme de la lluvia (para eso, dicen, son los paraguas) sino para poder cantar bajo la lluvia como lo hiciera Genne Kelly hace algunos años en una de las secuencias más memorables del cine.

Así, aunque me hubiera encantado tener encima mi Fedora negro, mi Nafta Café o mi Napolitano blanco, omití ese importante detalle y comencé a cantar. Distaba de estar alegre, tan alegre como para cantar sin importar la lluvia, empero, fue la misma lluvia la que me motivó cierta alegría que pronto vacié en el canto y casi en el baile.

¿Qué canté?, la pregunta es obvia, señores: "Singing in the rain" de Arthur Freed, la canción hoy mítica gracias a la interpretación que hizo Gene Kelly en la película homónima de 1952. Pensando al respecto llego a una aventada conclusión: o hay que estar muy alegre para bailar y cantar bajo la lluvia (como es el caso de Don Lockwood, el personaje de Kelly), o hay que estar muy triste y encontrar el desahogo cantando bajo la lluvia. Ambos, sin embargo, son fascinantes.

Mi caso por supuesto es el último y es por eso que dedico esta entrada al momento en el que, sí, lo confieso, desahogue todo en unas desafinadas notas musicales ambientadas en la lluvia. Fue extraordinario y sólo falto mi sombrero y paraguas para hacer el momento perfecto. Sin embargo, esa combinación es exclusiva de Kelly y a él hay que dejársela.

En ausencia de un video de mi ridiculez, les comparto uno del propio Genne Kelly en la extraordinaria escena ya referida, con todo y la introducción para que entiendan un poco de la felicidad que desborda después.