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24 de octubre de 2011

Historia de una ida y una vuelta

Si reconocieron el guiño literario del titulo, congratulaciones. Sino, qué importa -están estadisticamente perdonados-, lo único que vale es que me pareció genial usarlo para esta entrada que es la conclusión de la anterior, en la que prometí una reflexión más extensa sobre mi partida de la ciudad o, si ustedes prefieren, sobre mi vuelta a Temascaltepec de González. Y lo prometido, en este blog, siempre es deuda.

Bueno, más que una conclusión es una entrada aparte y es una que no sé ni como empezar, como escribir y como terminar así que, con el perdón o la indiferencia de ustedes, la iré escribiendo según me vaya inspirando. A lo bestia, pues. Temascaltepec de González -en delante, Temas, para mayor comodidad- es, para decirlo en cinco palabras, el pueblo de la familia. De allí es originaria la familia de mi padre, y mi madre, si bien no es de ahi, pasó gran parte de su juventud y vida adulta en él antes de que decidieran mudarse a la ciudad de México.

A partir de ese momento, en que la ciudad acogió a mis padres y nos vio crecer a mis hermanos y al que esto escribe, tanto mis padres como nosotros "convertimos" a Temas en el lugar al que ibamos a distraernos, divertirnos y, claro, visitar a los muchos familiares que dejo atrás la partida. Por alguna azaroza -y acaso sicológica- razón, me cuesta enormidades recordar casi cualquier cosa que me ocurriera antes de mi adolescencia e incluso en ella y ciertamente mis recuerdos de infancia son pocos e inconexos, sin embargo, muchos de ellos -y muchos de los mejores- son de Temas.

De niño, muy niño, los recuerdos son escasos pero sé con certeza que todos son gratos. Cosas de niños, por seguro, juntarse con toda la "huachada" y correr de arriba abajo por las calles empedradas, bajar a la plaza o al kiosco a no hacer otra cosa que inventar juegos y agotarlos, echar la cascara y terminar el día con una nieve y un pan que a la fecha sigo sin saber como se llama pero era y es una delicia (a saber, un par de rebanadas de pan esponjosito con un relleno cremoso y rojo -de fresa, supongo- en el centro)

Más grande las memorias se hacen mayores y más nitidas. A eso de los diez años, por atinar un número, recuerdo que era imperante para mi levantarme temprano, muy temprano, e ir a caminar por el pueblo, una ruta distinta cada día, aunque ya las hubiera recorrido todas un sinfín de veces. Me encantaba caminar por el callejon de Los Ortigos, recorrer el libramiento del pueblo, el barrio de Milan y sobretodo subir hasta Los Tanques y luego bajar por las viejas escaleras hasta llegar a la Central Hidroelectrica de Temas, ruta que sin embargo hacía menos porque era de lejos la más pesada. Aunque lo que más recuerdo es que armaba un plan maestro para levantarme antes de las seís y media y casi correr al local de maquinas de video que estaba en el arco de la entrada, esperar a que el señor abriera y entonces gastarme mi dinero en las maquinas antes de que los demás llegaran a apañarlas y mi madre se preocupara por el desayuno.

Ahora que lo pienso, pasaba una cantidad asombrosa de tiempo en esas maquinas y las de la plaza. ¿Qué quieren que les diga?, los videojuegos han sido y seguramente seguiran siendo uno de mis más grandes vicios. Al volverme más grande, deje de ir tanto a esas maquinas y sólo lo hacía por las tardes pues por las mañanas me entretenía vagando por el pueblo o echando una cascara de baloncesto en la cancha del Sindicato Mexicano de Electricistas mientras que por la noche pasaba el tiempo en la plaza junto al puesto de tacos de mi tío Pancho o jugando fútbol en la plaza con toda la peña.

No obstante, lo que más recuerdo de esa edad -12, quizá 13- es el tiempo que pasaba junto a un amigo que conocí en el pueblo, Luis Alberto. Curiosamente, no recuerdo como le conocí o dónde o por qué, sólo sé que pronto nos hicimos muy amigos, casi hermanos, y que ibamos a todos lados juntos y la pasabamos, sin más, a toda madre. Yo me pasaba largos ratos en su casa, a la que por cierto era una travesía llegar y regresar, y eso formaba parte de la diversión; él llegaba bien temprano a casa de mi tía para buscarme e ibamos apenas asomaba el Sol a vagar, ora a las maquinas, ora a Milan, ora a la plaza, ora a Las Peñas, de lejos mi lugar favorito del pueblo y en el que ambos terminabamos las tardes con largas pláticas mientras disfrutabamos de la preciosa vista del pueblo que da ese sitio.

Pensandolo hacía atrás, eramos hermanos. Hermanos. Hace poco le vi de nuevo acá y la empatía ya no estaba, el hizo su vida de una manera y yo de otra muy diferente y por más que ambos quisimos reanudar el lazo, fue imposible, una laguna de diez años lo impedía. Es curioso. Y triste. Recuerdo que el había llegado a Temas de Veracruz y que siempre decía que algún día tendría que regresar, que eso le decían sus padres, y me acuerdo que tanto él como yo temíamos el triste día en que eso ocurriera e incluso hacíamos planes para evitarlo. Y al final fuí yo el que de buenas a primeras se largó y dejo de ir al pueblo mientras él se quedo allá.

¿Por qué deje de ir? No lo sé. Es decir, no lo sé con certeza, fueron muchas cosas, quizá no fue ninguna. El pueblo dejó de divertirme, ya sólo lo era en la fiesta del patrón del pueblo en enero o en la semana santa con las representaciones del Via Crucis, el resto del tiempo era la total aburrición. O quizá cambié yo, mis intereses fueron otros y encontre más agradable la falsa y rauda calma de la ciudad que la de Temas. Seguramente fueron ambas cosas o alguna otra que no logró entender aún, el caso es que deje de ir y me ausente de Temas por poco menos de 10 años.

Alejado del pueblo, salvo por algunas visitas esporádicas, pasé mi adolescencia y mi juventud -las etapas que, dicen los que saben, te forman intelectualmente- en la Ciudad de México. Casi todo lo que sé, toda mi ideología, en lo que creo y no creo, lo que odio y lo que defiendo, lo que me gusta y lo que detesto, todo eso y un montón de cosas más las aprendi en la ciudad de los palacios gracias a que allí pude estár bien cerca de los mejores mentores. No, no hablo de mis maestros ni de mis escuelas -aunque en algo ayudaron, es verdad- sino de mis libros. Los que pudé leer y los que no me cansé de comprar.

Y claro, aprendi tambien de las amistades que hice por allá. Bien pocas, es verdad, pues siempre he sido hombre de pocas palabras y menos amigos, pero es por eso mismo que esas pocas son sinceras y las mantengo vigentes ahora pese a la distancia pues, aceptemoslo, en este mundo actual es imposible desaparecer: si querés hablar con alguién, le localizas y hablas, así que ese no es problema y a dos meses de mi partida, no lo ha sido.

La capital del país tiene,ese montón de ventajas y comodidades que comparte con cualquier ciudad superpoblada y que seguramente influyeron en mi decisión de no volver más a Temas, sin embargo, quizá tambien acabaron por determinar mi vuelta al pueblo, junto a otro montón de factores. En México terminé una carrera, la terminé con honores y si bien intenté todo un año volverme un profesionista de la misma, no lo conseguí. Falta de oportunidades de trabajo, falta de experiencia laboral o simplemente que muy en el fondo no me interesaba ninguno de los trabajos para los que un historiador sirve en el esquema laboral de este país, el caso es que no conseguí emplearme y de a poco empece a concluir que, en efecto, no me interesaba ser un historiador y alguna otra cosa tendría que encontrar entretanto.

La carrera, para mí, fue un papel más, un pasito dado como la preparatoria o la secundaria. Eventualmente me servirá y acaso algún día susbsista de ello pero, por ahora, no me interesa ni presumirla. Tengo en el subsuelo de mi persona otras virtudes y otros gustos menos reconocidos pero mucho más útiles y prácticos, y uno de ellos fue el que me llevó a la aventura de volver a Temas. Mi hermana a un año que tiene un café en Temas y su oferta inicial fue que le hiciera postres y ella los vendería ahí y me daría parte de las ganancias. Jamás estudié gastronomía o cosa parecida, simplemente los postres me salen bien; es simple: me das una receta bien dada, y hago un postre espléndido.

Un par de meses después vimos disponible un local en el mero centro del pueblo y entonces la idea paso de sólo hacer postres a abrir una sucursal del café como socios, un negocio familiar en todo el sentido de la palabra. Intenté pues por última vez conseguir un trabajo de mi carrera y lo encontré en la misma semana en que debía decidir si me aventaba al negocio familiar o me quedaba en la ciudad. Y entonces tome la valiente, arriesgada y acaso estupida decisión de desechar la oferta de trabajo y aceptar la aventura familiar.

Una decisión dificil y, sobretodo, extraña. Rara por lo imprudente y apresurada que resultó: una semana estaba tomando un cafe en la Ciudad de México y a la otra sirviendo un café en Temascaltepec de González. Quienes me conocen saben que, ante todo, soy un tipo demasiado prudente y excesivamente sensato, que medito todo y que cualquier decisión a tomar que incluya el mínimo riesgo, por lo general, la desecho. Sin embargo, quienes me conocen más de cerca se han cansado de decirme que esa, mi mayor virtud, es tambien mi más grande defecto y tal vez en honor a ellos o simplemente porque ya era justo y necesario, decidí emprender esta aventura sin pensarla más de una vez.

Mi vuelta a Temas, por otro lado, ha tenido sus contrastes. Apenas me mudé estaba leyendo Retorno de las estrellas, una extraordinaria novela de Stanislaw Lem, y ciertamente sentí empatia con lo que pasaba al personaje principal, Hall Bregg, quien vuelve de un viaje estelar de diez años que, por la dilatación del tiempo, se traducen en 127 años terrestres. A su vuelta no reconoce nada y se da cuenta que todo ha cambiado pese a que no ha estado, en su percepción, ausente tanto tiempo. Así me sentía yo, que tal vez ilusamente esperaba encontrarme con las mismas personas en los mismos lugares y volver a las rutinas, pero no, reconocia rostros, pero no conocía ya las personas y notaba esa misma expresión de reconocimiento y extrañeza en ellas. Sin embargo, el lugar si que era el mismo y poco había cambiado -salvo por una inexplicable e irritante perdida de su vida vespertina y nocturna-, seguía teniendo ese indescriptible encanto y la pregunta de por qué deje de volver a él asomaba a cada día sin que a la fecha pueda responderla o al menos disculparla.

Sea como fuere, el hecho concreto es que acá estoy, en el pueblo que antes era sólo diversión y ahora es lugar de residencia. Me prométí, apenas baje del autobus que me trasladó aquel 7 de agosto, que permanecería un año aquí y entonces decidiría que hacer con mi malograda vida y si Temas seguiría estando en ella como hogar o volvería a su status anterior. Si hoy fuera el día de elegir, optaría por la primera opción pues sin hacer a un lado todo lo que pasé en la ciudad y a todas las personas valiosas que allá conocí, tengo la extraña sensación de que vine a Temas a una sola cosa: a vivir. Sólo eso, a vivir.

12 de octubre de 2011

De vuelta... otra vez

Ya lo leyeron y ya adivinaron de que va esta entrada: anunciar que vuelvo a escribir en el blog después de una muy larga pausa. Las razones de esa pausa seguro no la justifican y apuesto a que no las interesan pero, por si llegaran a servir de algo, basta decirles que hubo de por medio una mudanza y un proyecto que, digamoslo en tres palabras, ocuparon toda mi atención.

En ese periodo decidí renunciar a un montón de cosas y tomar una decisión arriesgada que empezó como una posibilidad remota y se concretó bien pronto. Un breve resumen: el proyecto era iniciar un negocio familiar, una café en el pueblo del que es originario mi padre y parcialmente mi madre y del que yo guardo lindos pero añejos recuerdos de infancia: Temascaltepec de González, Estado de México. El proyecto ha sido todo un éxito (y acá les presumo su página de internet: Café Amarain) y aunque hemos sufrido y nos ha exigido más de lo que esperabamos. tambien nos ha llenado más de lo que estimamos. A mi, que soy un tipo que encuentra su felicidad en cosas bien simples, me tiene muy complacido.

Por supuesto, sino lo adivinaron entre líneas, les confieso que atreverme a ese proyecto me exigió mudarme de la ciudad en la que crecí, estudié y viví para precisamente vivir en un pueblo al que sólo iba de visita y diversión plena y al que no visitaba desde hace un par de años o más. Allí estaba el riesgo, allí lo extraño de la decisión y allí tambien su justificación: quería hacer algo riesgoso y extraño, distinto; especial. Quizá atiné, quizá no, pero de mientras siento que acerté, incluso cuando eso significó dejar atrás un montón de cosas. Lo cierto es, empero, que ya estaba muy harto de ellas y necesitaba renunciar a todas. Intenté hacerlo de a poco y de la manera más calmada y sensata, como acostumbro hacer todo, pero de pronto asomó la chance y por ésta única vez decidí tomarla sin miramientos y aventarme a una aventura que sólo me garantizaba mantenerme ocupado en algo que siempre me ha gustado, aunque hasta hoy lo hacía en un segundo plano, por así decirlo.

Y no me extiendo de más en esta entrada porque lo único que pretendo con ella es anunciar mi vuelta y enunciar lo evidente, que mi blog y mi labor de blogger no están entre las cosas a las que renuncié y seguiré cumpliendo con ellas en la medida que me sea posible hacerlo. En la próxima entrada, (que quizá publique mañana si corro en suerte tener un rato libre para hacerlo) completaré la reflexión sobre mi partida de la ciudad y, más aún, sobre mi llegada a este encantador pueblo. Antes de despedirme, una justificación final, ustedes disculpen, el asunto es que este singular proyecto afortunadamente -o desafortunadamente, ustedes dirán- me tiene ocupado practicamente todo el día y mucho me temo que aquella promesa que hice hace bastantes lunas de escribir al menos dos entradas de blog por semana (a razón de una en jueves y otra el domingo) tendrá que verse reducida y ha de conformarse con una entrada por semana y en el día en que tenga tiempo suficiente para hacerla. Intentaré que sea cada jueves e intentaré tambien aventarme las dos entradas cuando tenga chance de hacerlo. Promesa de blogger.

Ahora si, sin más y dejando de fondo los bombos platinos tras mi regreso, me despido a la espera de la próxima entrada.

22 de mayo de 2011

John Lennon para el fin del mundo

Ayer, a eso de las seis de la tarde, el mundo debía acabarse. Eso según un hijo de vecino llamado Harold Camping que cometió el pequeñísimo error de tomar lo que dice la Biblia de manera literal y hacer unos cálculos bastante ociosos. Mientras el que esto escribe esperaba que tal tragedia ocurriera -es un decir, la verdad me enteré hasta hoy de esa tremenda idiotez- con tranquilidad, escuchaba una canción de John Lennon que versa sobre Dios. Por seguro comprenderan la tremenda ironía y me perdonarán que me aproveche de ella para dedicarle esta entrada.

La canción de la que habló se llama "God" -si, exacto, "Dios", así nomas: duro, directo, sin rodeos- y forma parte de su primer álbum sólista John Lennon/Plastic Ono Band, lanzado en 1970,es decir, justo después de separarse The Beatles. La canción fue polémica desde su lanzamiento por tratar directamente temas religiosos y pese a su éxito inicial -cortesía del morbo suscitado tras la polémica-, lo cierto es que pronto paso a segundo plano y al final se volvería una de las canciones menos conocidas y tocadas del cantautor inglés.

Pero para uno que es fan del cuarteto de Liverpool y guarda especial aprecio a cada uno de sus miembros (desde el carismático Starky y el popero McCartney hasta los virtuosos de Harrison y Lennon), pocas canciones pasan desapercibidas. Y ésta, "God", es de mis favoritas pues pese a ser una melodía bastante normal y hasta simplona, la letra se sostiene por si sola y yo le compró cada estrofa dicha. Escuchenla, para que vayamos entendiéndonos:


Y ahora, ya que anda de moda el fin del mundo, pongamonos finos. La primera línea de la canción es una barbaridad, una que muchos citan sola olvidándose que forma parte de esta rola. Es tan artera que Lennon dice, en plena canción, que va a repetirla, para que quede bien claro. En una canción que versa sobre Dios, lo primero es la definición de Él: "Dios es un concepto por el cual medimos nuestro dolor." ("God is a concept by wich we measure our pain")

Dicho tal, es decir, hecho claro Dios no es más que un concepto usado a conveniencia, Lennon agarra parejo, nos dice todo eso en lo que no cree. Y en serio, agarra parejo: Jesús, Buda, la biblia, la magia, el mantra, los reyes, Adolf Hitler, John F. Kennedy -estaba de moda-, Elvis Presley, Robert Zimmerman (Bob Dylan) y, faltaba más, The Beatles. Y luego, para que no nos espantemos, nos dice en que cree: en él, en él y en Yoko, la japonesa loca con la que se casó.

La última parte ya es más una indirecta a The Beatles. Una despedida. Les dice que ya no es el "Tejedor de sueños" (Dreamweaver" ni la morsa ("The Walrus)", ambas palabras bien relacionadas con el cuarteto, y a cambio, dice que ahora sólo es John, que el sueño ha terminado.


Y esa es "God." ¿Por qué me gusta?, se pregunten quizá. Y la respuesta más sincera es que no lo sé, que simplemente tiene un encanto desde la primera vez que la escuche. Sin embargo, creo que la razón auténtica es la tremenda confesión que hace Lennon, la manera sínica y desvergonzada de desnudarse sin metáforas ni exageraciones. Eso y que, ya lo dije, le compró cada estrofa, le creo cada letra y al final la vuelvo mía.

Sigue pareciéndome curioso que la escuchara y la sintiera tan mía en el preciso momento en que el mundo debía acabarse y muchos -aunque espero que no tantos- hacían lo opuesto y se entregaban, se dejaban llevar por palabras locas e infundadas y esperaban el fin del mundo que no llegó. Ahora dicen ellos que Dios nos dio una nueva oportunidad, un tiempo más para evitar el verdadero fin o condenarnos. Si es así, yo la aprovecharé y escuchare, de nuevo, esta rola.

19 de mayo de 2011

Las virtudes del recuerdo.


El siguiente texto es un rescate, lo escribí hace tres años como parte de un ejercicio narrativo para un curso que tomaba entonces. Hoy me lo encontré por casualidad mientras organizaba mis asuntos, recordé lo mucho que me gustaba y me convencí de que era justo y necesario publicarlo aquí. Le hice sólo mínimas modificaciones -uno si que cambia y, creo, mejora conforme pasa el tiempo- a pequeños errores y algunas otras para que quedará mejor en el formato de blog, sin embargo, el texto está casi integro al de aquella vez.


¿Cuántas veces hemos querido olvidar algo de nuestra vida?, ¿Llevamos la cuenta de la cantidad de ocasiones en las que hemos negado haber hecho algo, aún cuando tenemos un parvo registro de memoria al respecto?, ¿Podemos decir a ciencia cierta cuál es nuestro recuerdo más antiguo?, ¿o podemos, simplemente, olvidar algo que no nos gusta?

Supongo que habrán respondido a todas las preguntas, pero tengo la certeza de que lo han hecho después de meditar varios segundos en cada una de ellas. Sin duda son muchas las cosas que queremos olvidar de nuestras vidas, estoy seguro de que nadie lleva la cuenta de las veces que ha negado un recuerdo –aún cuando son varias las personas que insisten en haberte visto hacerlo u oído decirlo–, comprendo que no sabemos cuál es nuestro recuerdo más antiguo y que uno a uno estos se enciman en un entramado temporal incomprensible; y, por último, les confirmo que no podemos olvidar lo que no nos gusta.

Pero, ¿a qué todo esto?, por qué los torturo y me torturo con estas preguntas, por qué motivo a que su incontrolable memoria se dispute incesantemente en una lucha de recuerdos, y por qué, me dirán, les hablo ahora de la memoria y de los recuerdos. Sencillo, porque la lectura reciente de un cuento que trata ese tema me ha puesto a pensar sobre él y he llegado a muy interesantes reflexiones al respecto.

El cuento al que me refiero es “Miss Amnesia” (que puede leer aquí), breve narración incluida en la antología La muerte y otras sorpresas, del uruguayo Mario Benedetti. Pues bien, sin entrar en mayores detalles –pues lo obvio sería que leyesen la obra y no que yo se las platicase–, el cuento narra como una bella joven (Miss Amnesia) aparece sin explicárselo en el centro de una plaza pública. Lo interesante es que ella no logra recordar nada, tan sólo los nombres y las funciones de las cosas, cuestión por la que comienza a interesarse en el ambiente. Lo siguiente, un galante caballero se acerca y, tras breve charla, la invita a su departamento, lugar del que ella sale horas después decepcionada y corriendo de regreso hacía la plaza, lugar donde todo vuelve a comenzar, donde de nuevo despierta sin un solo recuerdo. Bueno, sólo uno, el de las cosas que la rodean.

Sin duda, estimo difícil que alguno de ustedes sufra este tipo de amnesia tan asombrosa, pues lo más normal es que cada que se levanten recuerden quienes son y lo que hacen; y no sólo para qué sirve la cama dónde están. Quizá no logren recordar lo que hayan soñado, pero eso resulta plenamente comprensible, aunque a veces fastidioso. No obstante, el cuento recurre a esa bella herramienta literaria para llegar al fondo de su argumento o, en palabras propias del género, al conflicto a resolver. ¿Cuál es éste?, enunciémosle así, la innata tendencia humana a olvidar o ignorar aquellos recuerdos que nos son ingratos o, por qué no, tan excesivamente gratos que parecen irreales. No es necesario insista en lo real e innegable de tal afirmación, pues es harto cierto que, independientemente de lo que ustedes puedan decirme en su defensa, todos ignoramos al menos un recuerdo por considerarlo penoso o molesto.

Desde las cosas más absurdas como aquel día en que nuestra novia –o novio, que también se da el caso– nos dejo plantados, hasta el momento en que él o ella nos negó su amor y, con perdón del termino, nos bateo por el jardín central, a más de 400 metros. Desde él día en que nuestra madre nos regaño por no comer la sopa, hasta el día en que nos corrió de la casa por libertinos o herejes, según sea el gusto. Desde la vez que confundimos a Zapata con Villa, hasta el nebuloso momento en que votamos por Vicente Fox Quezada. Y así pueden enumerarse cientos, miles o hasta millones de recuerdos que, no lo neguemos, hemos olvidado tenaz y conscientemente de nuestras mentes.

¿Por qué lo hacemos?, palabras sobran: vergüenza, pena, dolor, cobardía, miedo, indignidad, egoísmo, debilidad..., ustedes elijan. Lo cierto es que tenemos varios recuerdos y, en resumen, todo un pasado que no queremos que se conozca, ¿o miento acaso cuando digo que ante unas personas exhibimos un pasado y ante otras otro?

Mas no refiero con esto que todos seamos hipócritas y bipolares, en lo absoluto, tan sólo quiero resaltar que nuestra mente es tan fascinante en las cosas del presente, como en las del pasado. Esa cosa que se nos ha puesto arriba del occipucio, ya sea por Dios o la evolución –según gusten y manden ustedes–, tiene una capacidad tal que, no satisfecha con permitirnos elegir lo que pensaremos, diremos y haremos en el presente, nos permite recordar lo que pensamos, dijimos e hicimos en el pasado.

En efecto, y corrijan si miento, nuestra maravillosa mente o, más concreto aún, la enorme capacidad creadora de nuestra mente nos sirve no sólo para crear un mundo a nuestro alrededor día a día, sino para crear un mundo en nuestro pasado. Ese genio que nos permite decir “aquella dama es bellisíma”, o “ese árbol parece abrazar a esa persona que duerme en su base”, o “creo que esa dama de rosa está llorando”; es la misma aptitud que nos permite recordar que “hace unos años, bajo el abrazo de un árbol, vi a una bella dama de rosa que lloraba; y yo era la causa.”

Es aquí, entonces, dónde debo darles consejo, una de esas recomendaciones que todos ignoran y a nadie parecen servir, pero que les aseguro hacen la vida al menos un poco placentera: no tomen a sus recuerdos como parte de ese pasado ignominioso que desean olvidar, no consideren sus memorias como vergüenzas de una persona que no sabía lo que hacía, y que está muy alejada de lo que es ahora. No, tal cosa es absurda, pues en unos años harán lo mismo con lo que les pasa hoy, trataran de encumbrarlo porque es parte de una época oscura que no se explican como ocurrió. Pero ocurrió, y ocultarlo u olvidarlo es atentar no contra su pasado, sino contra ustedes mismos, olvidar hechos es como despertarse y saber tan sólo para que sirven las cosas; es saber dónde están, pero no quienes son y por qué lo son.

Claro, todo esto exenta aquellos recuerdos que necesariamente se olvidan. Son tantas las cosas que ocurren que es imposible recordar todo, y es por ello que hay cosas que en verdad no se recuerdan. Yo no atento contra ellas –aunque bien podríamos condenarlas por cobardes–, yo ataco a aquellas memorias que uno, conscientemente, entierra con arenas de vergüenza y cobardía, y jura no recordar jamás.

La mejor cualidad del ser humano es su devenir, su constante cambio, el que nunca sea el mismo. Los recuerdos no son otra cosa que los vestigios de ese devenir, las huellas que nos permiten saber como era. Es cierto, el presente tiene virtudes que merecen quizá toda nuestra atención pero, como creadores que somos, es sólo en el pasado que podemos construir verdaderas historias, las propias, las únicas.¿Quieren contarme una maravillosa historia?, ¿desean cautivarme con un gran relato?; pues no hay más, basta con que recuerden y escarben en sus memorias. En verdad, las virtudes del recuerdo no son otras que las de nuestra capacidad creadora.

3 de marzo de 2011

Sobre nada, ¡de nuevo!

He faltado a mi compromiso de escribir en los últimos dos días que tocaba entrada al blog y, con ello, al compromiso de hacer al menos una entrada por semana. Hoy toca de nuevo y pasa algo extraño y frustante: tengo de nuevo unas ganas barbaras de escribir, sobre lo que sea, y se me ocurren un buen montón de ideas sobre que escribir, pero a la hora que enfrento al ordenador, escribo y borró parrafos y no soy capaz de completar nada. Nada.

Estimo que será un problema temporal, resultado de algún asunto personal o una distracción de alguna índole. Espero que el mismo se presente sólo de hoy y el domingo corra con mejor suerte pues de no ser ásí, habrá que indagar a fondo -ver hacía dentro, pues, como Tiresias- y descubrir que pasa o este blog caera en otra letania como las que ya ha sufrido. Tampoco se trata de que se vuelva ahora y entonces una ventana confesional a quejas y frustraciones mías así que, para compensar mi falta de creación y para evitar que esta entrada sea aún más vana, les comparto un video.

¿De qué?, qué cosa les puedo compartir para compensar escribir sobre nada y obligarlos además a oír mis quejas y absurdos, pues algo que lo compensa por seguro, una de las obras magistrales de los humoristas argentinos Les Luthiers. Con ustedes, "Las majas del bergantín", en la versión incluida en la antologia "Grandes Hitos." Disfrutenla:



Hasta el domingo... espero.

20 de enero de 2011

Sobre nada y escribir

Hoy es jueves. Sí, es día de entrada del blog. Lo olvidé por completo hasta ahora que, por una suerte de inercia abro la página de Blogger para revisar si hay nuevas entradas de otros blogs a los que soy asiduo seguidor. Así que de pronto me acuerdo, una nueva inercia me hace pulsar "nueva entrada" y llegó a esta pantalla sin tener idea sobre que escribir pero, curiosamente, con unas barbaras de escribir sobre algo, lo que sea.

Pienso entonces en abandonar, en cerrar la ventana y dejar el día sin entrada y preparar algo especial para el domingo, empero, no la he cerrado y sigo escribiendo en ella. Ya va, a pensar, ¿sobre qué escribo? No, no se me ocurre nada. Quizá sea buen momento para reflexionar, para no hablar de nada y pensar hacía afuera, y dejarlo por escrito.

Y, al releer mi primer párrafo se me ocurre ya de que hablar y librar esta entrada. Escribir, hablar sobre escribir, sobre las ganas de escribir. Esas que digo "ganas barbaras" de escribir, me contraponen, como si de repente no las sintiera, como si mi largo día no fuera precisamente una incesante lucha contra las ganas de escribir y volver palabra impresa tantas historias.

Pienso lo dicho y no puedo evitar concluir que las ganas barbaras quizá se refieran a otra cosa. Más bien, a otro tipo de escritura, no a ésta informal y descuidada que redacto con cierta facilidad, sino a aquella que tanto me gusta pero tanto trabajo me cuesta hacer y tan mal me resulta. Cuento, novela, relato, literatura. Pura, perfecta.

Hace ya cierto tiempo que, tras leerme, decidí que no volvería a escribir ni una historia más porque éstas no resultaban con la mínima calidad que esperaba de ellas y porque se volvían cada vez más aquella literatura simple -y casi diría barata- que tanto odio leer o siquiera ver publicada. Prometí que no volvería a escribir un cuento hasta que confiara lo suficiente en que la calidad resultante no estropeará una historia que en mente era buena.

Algunos colegas sugirieron que la medida era un error, que no debía hacerlo y que en realidad si hacía buenos trabajos con mis relatos. Yo, por supuesto, ignoré tales consejos y lo seguiré haciendo pues mi desencanto es mas fuerte que su comprensión. Mantendré mi promesa e intentaré combatir esas ganas y esa ansiedad literaria desde este blog -que, por cierto, para eso y no otra cosa existe- que mantengo ahora con tanto esmero.

Sin embargo, no puedo negar el temor a resistir a la tentación. Si es así, ya tengo la solución: escribiré de nuevo y para ello me haré una promesa aún más fuerte: será una última oportunidad. Esperaré una buena historia, la pondré sobre el papel y será ella y sólo ella la que decida si escribo de nuevo aquella literatura o mantengo este blog como una suerte de medicación.
Como me gusta decir en estos casos. Amanecerá, y veremos...

16 de enero de 2011

¡50 entradas!

Señores, lectores, curiosos, amigos y despistados que alguna vez han caído en este blog, permitanme anunciar con bombo y platino que el mismo llega, con esta, a sus primeras 50 entradas. Y, como en todas las conmemoraciones, haré en ésta una suerte de recorrido por ellas para recordar qué y de qué se ha escrito en este blog.

El Blog de Esaú Jaimes nace un 14 de diciembre de 2008, es decir, hace poco más de dos años, sin embargo, su historia se remonta un poco antes, a el espacio de Windows Live que tenía y que cerré para darle su lugar a este. La primer entrada oficial (pues aquella del 18 de diciembre fue sólo una presentación) se dedicó a alabar la obra de un tal Élmer Mendoza, un autor que entonces conocía apenas y que hoy en día es justamente reconocido como uno de los mejores del panorama literario mexicano.

Desde entonces, el blog ha deambulado por muchos temas y en él se ha escrito de bastantes cosas, tanto de aquellas que me gustan como de aquellas que estaban en boca en su momento. Según el resumen de etiquetas, cumplidas sus 50 entradas el blog le ha dedicado 13 de ellas a asuntos personales, algo que visto así parece excesivo y egoísta, de no ser porque he procurado que las entradas no se vuelvan un diario ni una saga de confesiones sino un relato de asuntos personales que lleve a reflexiones más abiertas. Precisamente hablando de reflexiones, el blog ha hecho 9 de ellas hasta ahora, sobre muy variados temas.

La música estuvo presente con 8 entradas mientras que el cine le siguió con 7, volviéndose así los temas más concurridos y, de paso, los más comentados. El deporte y la historia, mis dos pasiones después de la literatura, han tenido en buena participación con 4 y 3 entradas, respectivamente. Sin embargo, es precisamente la literatura el tema que estuvo más presente con 7 entradas exclusivas, la entrada del cuentacuentos y por lo menos la mitad de las reflexiones y las entradas personales relacionadas con ella.

Finalmente, las entradas se completan con temas de los que me sorprende haber hablado tan poco pese a que me interesan y gustan demasiado, a saber, videojuegos y astronomía, que sólo tienen una entrada. Lo mismo que política, lo que allí si no me sorprende pues bien saben que no es un tema que me guste ni que encuentre particularmente interesante en comparación con otros.

En fin, pues, que en el blog se ha hablado de todo desde aquella entrada de Méndoza. Se reflexionó sobre el fin de un ciclo cuando abandoné mi beca en el INEHRM. (ya va, pues, el Instituto Nacional de Estudios Históricos de las Revoluciones de México), se alabó a Julio Florencio Cortázar en el mismo día que un desorientado lo criticó, se señaló a una escena de Gears of War 2 como la mejor en la historia de los videojuegos y se innovó con un podcast para hacer un cuentacuentos que se estrenó con una historia de Leonora Carrington. Idea, por cierto, que prometí seguir con más cuentos y a la fecha no he hecho.

También se habló del merecido oscar póstumo a Heath Ledger por su versión del Joker, y de la película "El curioso caso de Benjamin Button", se reflexionó con especial lucidez sobre el amor y el odio y sobre los libros y mi afición a ellos. En la música, una entrada anunciaba el concierto de AC / DC en México y otra lo aplaudía, mientras una más hacía un elogio de "Don't stop me now", de Queen.

Hablando de elogios, hubo varios de ellos, como aquel a la versión de Los Fabulosos Cadillacs a "Strawberry Fields Forever" o el hecho a Snoop Dog y Poddighe por sus covers de "Riders on the storm" y "L.A. Woman." También, claro, el hecho a Bicho (sí, claro, el del video de "Contigo no, Bicho) o al valor ciudadano de la madre de un chico asesinado en Cd. Juárez por el crimen organizado y que hizo frente al mismo Calderón para recriminarselo. Y no podían faltar el elogio de despedida a José Saramago o el aplauso a "Yo México", fantástico espectáculo de luces montado en el Zocalo capitalino.

Pero el blog también se puso serio, reflexionando sobre qué celebramos de la Revolución Mexicana; poético, hablando sobre "El Cantar de los Nibelungos" o sobre Manuel Acuña; reflexivo, al citar el fantástico discurso de el pálido punto azul de Carl Sagan; y divertido, recopilando las frases del "Batuta" (el de "Rudo y Cursi", claro está), compartiendo el video del aficionado tigre que llora o aquel de Frank Sinatra y Dean Martin iluminando el escenario, o reflexionando sobre la sinceridad de la cebolla.

En fin, que ha habido de todo en estas primeras 50 entradas del blog de las que, sobra decirlo, me siento muy orgulloso. Sin embargo, como toda buena conmemoración -sí, sí es indirecta al bicentenario y centenario- no basta con recordar lo ocurrido y celebrarlo, sino que debe hacerse un compromiso por mejorar las cosas y que el próximo aniversario sea aún mejor. Así pues, cumplo con esa parte del compromiso y prometo mejorar en todo lo posible este blog. Por lo menos prometo, ahora sí, publicar pronto la segunda entrada del cuentacuentos.

Finalmente, la celebración no estaría completo sin los debidos agradecimientos, mismos que dedico a todos los lectores, comentasen o no, terminasen o no la lectura de una entrada, pero que se tomaran la molestia de pasar sus ojos por el blog. Gracias.

¡Felices 50 entradas!

19 de noviembre de 2010

"Yo México": un espectáculo inennarrable

El viernes pasado, a ocasión de la visita de una amiga aquicalidense que deseaba conocer el centro de esta ciudad, los Mosqueteros (es decir, mi hermano Jesús Galicia, el estimado Carlos Pérez y un servidor) decidimos acompañarla a una tarde de museos. Sin embargo, como toda salida improvisada, al final no hubo nada de museos y preferimos tomar un par de cervezas, conversar un rato y cerrar el día viendo el estreno del espectáculo de luces "Yo México" que el Gobierno Federal proyectaría en la Plaza del Bicentenario, o Zócalo. Ahora, en este blog, como primera entrada tras mi vuelta triunfal, les comparto mis impresiones tras observar un par de veces el citado espectáculo.

Uno, como ciudadano, va impaciente de ver que preparó el gobierno para celebrar cien años del estallido de la Revolución Mexicana; pero también uno, como historiador o al menos como persona crítica, desea ver el tipo de discurso que se empleará en el evento. Usualmente -es decir, como ha ocurrido todo este año de centenarios y bicentenarios- ambas cosas (la celebración en sí, y el discurso vaciado en ella) decepcionan y hasta ofenden, y si uno corre con suerte puede presenciar o bien una buena celebración con un pésimo discurso, o un discurso coherente en una infame celebración. El espectáculo "Yo México" es, sin embargo, una notable y quizá única excepción.

Ya desde hace dos años, cuando montaron por primera vez el espectáculo de luces sobre los edificios principales del Zócalo, desquitaron la inversión. No obstante, aún entonces era evidente que un simple espectáculo, por más fantástico que fuera, no resultaba suficiente como celebración pues requería de un discurso de fondo, es decir, no sólo que tuviera imágenes y animaciones, sino que éstas evocaran la historia nacional. Sí, es complicado y quizá por eso no lo hicieron, mas este año era la ocasión perfecta.

Bueno, tengo que decirlo o acabaré por desesperarme: el espectáculo me dejo gratamente sorprendido y me calló el hocico incluso antes de que empezará a abrirlo para proferir los acostumbrados insultos por un nuevo y fallido intento de celebración. Por más crítico que quise ser y por más que traté de desentrañar un discurso oficialista aburrido y falaz, de historia dorada y maniquea, no lo encontré y a cambio, con sus bemoles y altibajos, me encontré simplemente con un relato cabal de la Historia de México.

Es cierto, la historia oficial de México, sí, pero al fin la cabo la historia que la mayoría conoce y de la que se siente orgullosa. Esa historia pero, con una diferencia, bien contada y mejor matizada. Allí está, lo he dicho sin querer, eso es el espectáculo "Yo México": la historia de este país bien contada y bien matizada. Yo, como ciudadano y como historiador, recomiendo ampliamente ver el espectáculo, disfrutar las proyecciones de luces y escuchar y analizar el discurso pues ambas cosas están bien hechas.

Y ahora, como colofón a la entrada y siguiendo el ejemplo de mi colega Ricardo Saíd en su blog, cuando critica algún filme, acá está para mi lo bueno y lo malo (hablo de calidad eh, asuntos morales ya saben que en este blog no caben) del espectáculo "Yo México." Claro está, si no lo han visto, reciban aquí un spoiler alert y sigan bajo su propio riesgo:

Lo bueno
  • El montaje de luces, impresionante. Especial mención a la animación de las calaveras españolas, los edificios barrocos y la simulación del terremoto de 1985.
  • Las representaciones de bailarines alusivas a distintas épocas: cortos, bien caracterizados y musicalizados. Encantadoras las chicas a go-go y las Adelitas.
  • La manera en que fue resumido el siglo XIX, con los vendedores de periódicos dando las noticias. Fantástica idea, refleja el caos que fue, sin restarle importancia ni tomar bandos.
  • Las atinadas elecciones de poemas o reflexiones, sobretodo las de Octavio Paz y la de Sor Juana Inés de la Cruz (doble aplauso por no declamar la conocida y recitada redondilla "Hombres necios")
  • El acierto histórico de darle voz a Doña Marina (Malinalli o Malinche, pues), uno de los momentos más esplendidos del espectáculo. Darle voz y que ella diga "yo no vendí a mi raza, fui vendida por mi raza" es simplemente impresionante, un acierto como pocos.
  • Otro par de aciertos históricos: hablar de Nueva España como la fusión de españoles y mexicanos, sin dejar de mencionar las complicaciones evidentes del proceso. Y también, este muy especial, hablar de todos los méritos del porfiriato antes de simplemente satanizarlo. La palabra "Progreso" enorme, al final, una joya.
  • Los juegos pirotécnicos sincronizados con la música. Prodigiosos.
  • Por último, hacer interactivo el espectáculo. No lo lograron mucho, pero hay que reconocer que eso depende más de la gente que de ellos. Asún así, escuchar a la plaza cantar -e incluso bailar- "Yo no fui" sobre el final, muy lindo.
Lo malo
  • Los templetes deben estar a más altura para que todos alcancen a verlos. Entre más alejado estás -y más chaparro eres- menos ves y debes recurrir a que te cargue el papa -o el novio, si el caso-, o comprar uno de los artilugios que ofrecen para dicho propósito ahí.
  • Muy extensa y exagerada la parte del pasado mesoaméricano, y con algunos desaciertos pequeños. Además, lo evidente, se habla sólo del pasado mexica y se ignoran las demás culturas.
  • Dentro de la Independencia, tanto como en la revolución, hacen falta un poco mas la presencia de los héroes. Aún con el problema que implica enaltecerlos, no sobra alguna animación o imágen alusiva a ellos. Y, esta es queja personal, cuando se menciona a los intelectuales de clase media opositores a Díaz se les olvida Práxedis Guerrero, ¡ah!, ese gran martir sigue ignorado, tremenda ignominia.
  • Llegado al siglo XX, si bien se presentan las figuras más populares, hacen falta otras fundamentales. De entrada y sin profundizar se me ocurren tres: José Alfredo Jiménez, Mario Moreno "Cantinflas" y el Santo. Y no hubiera estado de más algunas figuras deportivas, con Fernando Valenzuela en lo más alto.
  • Por último, la rola en reggaeton. Si bien es cierto que es una melodía con letra alusiva a las conmemoraciones y a la historia patria y no contiene, como todo buen reggaeton, letras estúpidas y ofensivas, igual sigo sin querer reconocer que sea la música que hoy por hoy nos represente. Aun así, la letra no resulta nada reprochable.
Creo que son todas, hasta donde puedo acordarme. Les dejo, como despedida, el vídeo promocional del espectáculo:

25 de febrero de 2010

Y contigo no, bicho

Esta entrada no sigue a ninguna idea ni tiene un contenido interesante ni habla sobre maldita sea la cosa nada. Simplemente estaba frente a mi ordenador, luego de escribir una entrada en el Triunvirato Geek, intentando recordar de qué iba a hablar en mi siguiente entrada de este blog, cuando vía messenger cierto tipo menciono cierto nombre (más bien, el diminutivo de tres letras correspondiente a un nombre de siete) que me hizo recordar esto, y luego aquello, y luego eso otro, hasta llevarme a abrir youtube y poner en el buscador: "contigo no bicho."

Si no lo han hecho antes, se los prometo (se los firmo y se los cumplo), lo harán después de que vean el vídeo que con mucho honor y orgullo de por medio les comparto a continuación. Es la historia de un buen tipo -un tipazo- que, animado en una fiesta, invita amablemente una chica a salir y como respuesta recibe una muy sincera negativa.

Y como dicen Los Ángeles Negros, "debo aclarar, que no es la vida mía. Que cualquier coincidencia es pura fantasía." Pero, ahora que lo pienso, este vídeo si va dedicado: a todos aquellos colegas que han sufrido actos groseros e inhumanos como esos, a todos los que han soportado el trato ameno de aquel género criminal de faldas y zapatillas, a quienes han sufrido esa promesa de coito sin garantías (crédito de esta maravilla a Milan Kundera) y han salido con la cabeza bien en alto.

Y también, porque no, va a ella y a todas aquellas, las que, bueno, ya saben cuales. Sí, esas. Las hijas de una hiena. Pero mis palabras sobran, por Dios, hay que dejar hablar a Carlos, conocido desde este vídeo como "Bicho", amo y señor de estos temas:


Y de nuevo, ¡Hija de una hiena!

13 de febrero de 2010

Valor ciudadano...

No tiene caso ahondar en detalles, ya saben de qué se trata lo siguiente, que pongo aquí por que estas cosas no pueden quedarse en silencio y olvidarse en la ignominia. Nuestro presidente hideputa hizo un nobilísimo acto de presencia, más protocolario que efectivo, en Ciudad Juárez, sólo para presentar sus condolencias y acaso sugerir medidas tras el reciente asesinato múltiple ocurrido en la ciudad fronteriza. Allí, frente a la mesa, cara a cara, Luz María Dávila, quien perdió a sus dos hijos en el ataque, hizo lo único que puede hacerse cuando se tiene todo perdido.

Como dijo Bernardo Férnandez "BEF" en su blog, ésto es valor ciudadano:



Cuánto me gustaría decir que esto acabará pronto y las cosas mejoraran, mas lo cierto es que el fin se ve lejano. Sólo espero que la paciencia de la sociedad dure lo suficiente para que las cosas cambien desde arriba, o se agote pronto para transformarlas desde abajo.

3 de febrero de 2010

Presentando: Triunvirato Geek

Esta semana hay una novedad. Un par de amigos de la facultad que por razones ajenas a mi entendimiento -y de seguro al suyo- han sentido una fuerte necesidad de escribir, decidieron unir sus fuerzas y formar un nuevo blog. Y luego, se les ocurrió invitarme al proyecto

Aquí lo interesante. Ese par de tíos (que por cierto también tienen sus propios blogs: el ya establecido y aplaudido The hat and the gun y el joven pero animoso Blog de un geek-músico-historiador-cinéfilo) y yo compartimos algo que, por decirlo en breve, ha servido para mantener nuestra amistad: somos geeks. Y, por lo que más quieran, no me hagan definir qué es eso, ya he estado en esa penosa situación y confió en que ustedes lectores saben a qué me refiero.

Así pues, el esfuerzo de tres geeks confesos por vaciar sus ansias literarias en la web no podría tener otro título -y si, otra temática- que el de "Triunvirato Geek." En él escribirán Dieter Quintero, geek aficionado al cine y la literatura policíaca, así como los comics; y Ricardo Said, geek cinéfilo a lo más, fanático y conocedor de música e historiador por voluntad y pasión propia. ¡Ah!, y claro, un servidor.

Vale aclarar al respecto que ese blog de ninguna manera sustituye a este. Es simplemente, lo dicho, un proyecto compartido en el que participo gustoso a la par que mantengo este mi blog personal. De hecho, en delante, las entradas más geeks (de nuevo, saben muy bien a qué me refiero) serán escritas en aquel mientras este conservara su actual contenido.

Sin más, les dejo el enlace al Triunvirato Geek. Que les sea leve...

9 de julio de 2009

Libros, aquel preciado -y único- tesoro

Sí, es verdad, prometí que en la siguiente entrada de este blog subiría el segundo cuentacuentos. Y sí, dije que sería en breve. Sin embargo, la verdad, lo admito no sin pena o vergüenza, faltaré esta vez a ambas promesas. La segunda ya de manera evidente pues hace poco más de un mes de mi última entrada, aquella con las frases del "Batuta."

Y la primera, porque he decidido compartirles, en vez del cuentacuentos -que, por cierto, confieso tambien que aún no está listo-, una reflexión sobre un tema que ronda mi cabeza constantemente: la pasión por los libros.

Justo antier, mientras mi enfermera Mary me hacía la revisión medica antes de mi cita mensual con mi doctor, con el pretexto de hacer plática me preguntó que leía (pues siempre que voy al doctor, y siempre que voy a cualquier lado, llevo un libro conmigo), a lo que yo respondi lo cierto, que leía el libro de cuentos La Noche Navegable, de Juan Villoro.

Aquello fue sólo el pretexto o, dirán algunos, lo que romió el hielo. Pronto el tema pasó de lo buen escritor que es el susodicho Villoro, a la afición de Mary por Mario Benedetti y a la pasión compartida de ambos por un señorón de nombre Milan Kundera. Enseguida, salió a luz el asunto de los libros y una portentosa confesión de ella: "al comprar un libro te llevas un tesoro, como un boleto de un viaje, que puedes hacerlo cuando quieras."

Me dio la impresión que Mary, aunque aludía la compra del libro como la de un relato capaz de trasnportarnos a otro mundo, tambien refería el simple hecho de tomar aquel objeto capaz de ejercer esa función.

Hablo, pues, de este bendito gusto por tener libros, ya no sólo leerlos (lo que, a esta altura de mi enfermedad literaria, es más una medicina-y, por ende, una obligación- que un hobbie), sino por tenerlos. De esa ambición por comprar un libro que ya leí o tengo, porque hay una edición con mejor empastado, mejor diseño, mejor portada, qué sé yo; o aquella costumbre de entrar a una librería y no poder salir de ella sin algún ejemplar nuevo.

Comprar, tener, leer, releer y contemplar mis libros es algo que hago con una alegria que pocas otras cosas -o ninguna- reciben. En más de una vez y a más de una persona le he confesado que la única cosa que atesoro en la vida son mis libros, que mi orgullo más grande es ser un avido e incansable lector. ¿Por qué, a qué se debe que mi tesoro y orgullo sean esos pedazos de papel empastados, tan frágiles e inservibles en un sentido práctico?

Podría darle mil vueltas pero no puedo explicarlo, ni siquiera me lo explico yo mismo pero no puedo apreciar a otra cosa más que a mis libros. Recuerdo una canción de Joaquin Sabina, "Así estoy yo sin tí", extraordinaria, y la recuerdo porque en ella se le canta a una amante lo que es estar sin ella y jamás, en toda la melodia, se le dice. Hay miles de alusiones, de comparaciones, que tan sólo demuestran que por más cosas que se digan, simplemente no hay palabras para decir lo que es estar sin alguien. Así yo, sin poder explicar sensatamente el por qué de esta pasión, me limito a decir unas y otras palabras para explicar mi afición.

Comprar un libro es, lo ha dicho Mary, comprar un boleto a un viaje no precisamente redondo, que se puede hacer cuando se quiera, cuantas veces se quiera y que siempre, siempre es distinto. Adquirir un libro es pensar de inmediato en donde acomodarlo, al lado de quien ponerlo, como si ubicarlo junto a uno u otro autor fuera a hacerlo sentir incomodo. Abrir un libro es más que abrir una ventana, es construirla y abrirla a la vez, con cada letra, con cada frase, y cerrar el libro no es nunca cerrar ni derribar esa ventana.

Ver un libro maltratado es igual a ver un niño desamparado, y ver a una persona maltratar un libro -y subrayar es parte de maltratar- es como ver a un inféliz burlarse de ese niño. Regalar un libro es regalar ya no un viaje, sino un mundo entero; y recibir uno no es sólo eso, sino la obligación de volverse el primer habitante y el gobernante de ese lugar.

Eso y, por seguro, miles de cosas más sobrarían para explicar -sin explicar- lo que siento al comprar, tener, llevar, leer o simplemente ver algún libro. Mi cuarto es pequeño y en él, la mitad la ha ocupado un improvisado librero que ya he llenado. En el piso, sobre una manta limpia, he apilado otro montón de libros que ya no caben y que aguardan impacientes un lugar decente para ser acomodades. Pero ya no hay donde y la verdad es que prefiero sacar mi escritorio, mi ropero y hasta mi cama, antes que atentar contra ese tesoro.

Y sé que tarde o temprano tendré que hacerlo, al fin, qué más da, dormir en el piso, junto a mis libros, estoy cierto que será de sobra placentero. Eso o gastar, como buen bibliofilo, una respetable fortuna en un librero que albergue todos mis textos.

17 de abril de 2009

Saúl necesita...

Hace unos momentos charlaba con una colega de la universidad cuando ella encontró en una nota en el facebook con una actividad muy entretenida. La hizo y la subió a su blog, animandome desués a hacer lo mismo.


Resultó bastante divertido y ahora emuló su iniciativa publicando en este blog los resultados. Es sencillo, se trata de poner tu nombre (entrecomillado) y la palabra "necesita" en el buscador de google (en mi caso: "Saúl" necesita), abrir los primeros diez resultados y enlistarlos. Usé el nombre de Saúl por que es más común que Esaú y da más -y mejores- resultados.


Aqui la lista de lo que, según Google, Saúl necesita:


1. Saúl necesita que los que lo rodean tengan confianza en el, lo amen.
2. Saúl necesita urgentemente una transfusión de sangre y Hierro es el único que lo puede salvar.
3. Saúl necesita tener activado JavaScript en su navegador.
4. Saúl necesita una silla de ruedas a motor para poder lograr un poco de independencia ya que actualmente depende totalmente de su madre
5. Saúl necesita 7 personas de 18-33 años para apoyar dentro de una Oficina generando 1.200Bs. mensual en 4 horas.
6. Saúl necesita una armadura para ser guerrero.
7. Saúl necesita urgentemente un cambio de rumbo, pero un cambio entendido con responsabilidad.
8. Saúl necesita un credito de 400 soles para la compra de materiales.
9. Saúl necesita cierto nivel de madurez.
10. Saúl necesita más.


¿De risa loca no? Haganlo y diviertanse un rato, pueden poner sus resultados en los comentarios. Hasta pronto.

16 de abril de 2009

Sobre el amor y el odio

Nunca he escrito sobre el amor, me causa una especial repugnancia. Tanto –o más- que el odio, su opuesto y su hermano. No entiendo lo que es, no entiendo lo que genera. Todas las guerras, las épicas y las vulgares, se deben a estos dos sentires pues son tan irracionales como ellos.

¿Hay guerra o siquiera conflicto alguno que no tenga en su origen el amor o el odio de uno o de millones a una persona o cosa? Ninguna. Los historiadores nos desvivimos en explicar la causa de luchas y batallas en cientos de aspectos políticos, sociales, económicos que al final vuelven sólo más complejo el problema. Los filósofos siguen el paso, desde su perspectiva, y al mismo objeto se dirigen sociólogos, psicólogos, arqueólogos y hasta astrólogos, que nunca están de más.

Que si las condiciones insufribles de los campesinos, obreros, peones, esclavos. Que si la disputa del territorio o el recurso del que se carece o se ambiciona. Que si la tiranía y sus errores, impaciente de ceder ante la todopoderosa democracia. Que si el ataque a la soberanía, la libertad de expresión, los derechos humanos, y un interminable etcétera. Siempre, al final, cuando uno lee las causas dadas a los sucesos, ya no sabe si reír por pena y vergüenza, o para olvidar con eso lo pasado y omitir que lo han hecho hombres en lo fundamental iguales a uno.

Tan iguales como hace mil, dos mil, tres mil años. Tan llenos de la misma mierda de sentimientos y el mismo jodido deseo de llevarlos a cabo a como dé lugar. Y qué vano sentido tiene saber que tal conflicto se originó por tal asunto si, finalmente, no fue más que el amor de unos por una cosa, y el odio de sus rivales a eso mismo lo que lo generó. Si fue la incapacidad de unos para dejar de odiar, y la necedad de otros para dejar de amar.

El amor a la libertad (lo que quiera que ésta sea), el odio a la igualdad entre personas; el amor a la patria (lo que quiera que ésta sea), el odio a la libertad de las naciones; el amor a la democracia (lo que quiera que esta sea), el odio a la tiranía; el amor a Dios (lo que quiera que Éste sea), el odio al paganismo; el amor a la mujer (lo que quiera que esto sea), y el odio a los que se aman. Al final, todo es una risible –léase “humana”- historia de amor y odio.

Amor y odio son los únicos componentes permanentes, junto al hombre, de la historia. Siempre están, siempre son causa, siempre son objetivo. Leí alguna vez un cuento sobre un mundo poblado por autómatas insensibles. El mundo perfecto. En eterna paz y fraternidad, sin insultos y golpes por las calles, sin insultos y misiles por los aires: silencioso, armonioso, encantador. Y aburrido.

No podemos soñar con eso. No mientras sigamos siendo humanos y nos distingan el amor y el odio entre nosotros. ¿Puedo pedirles que dejen de amar y odiar?, ¿exigirles hacer a un lado esos sentimientos y evitar así todo conflicto futuro?... No, no puedo, simplemente, porque no puedo pedirles que dejen de vivir. Vivir es amar, oí decir a algún tío, amar a la vida. Y amar es necesariamente odiar, al mismo tiempo, a lo opuesto, lo que se opone a lo que amamos.

Y llega el punto en que me quedó sin palabras, en que yo mismo cedo a lo irracional del amor y el odio, avaló su existencia, la permito y casi la aplaudo. Ojalá algún día pueda amarse sin que deba lucharse contra nada, y odiarse sin luchar en respuesta. Sí, sé que ese día nunca llegará, pero esa nada del desear y renunciar siempre me ha causado un singular placer.

El amor, tanto –o más- que el odio, me causa una especial repugnancia. Sin embargo, en sólo unos días he pasado de amar profundamente, a odiar con todas las fuerzas. Y sé, maldita sea la cosa, que en las venideras me pasaré al otro lado. Y que esto será un círculo interminable que, lo he dicho ya, me resulta repugnante. Y divertido.

Como la guerra.

16 de marzo de 2009

Cantando bajo la lluvia

Contemplaba la torre de rectoría en Ciudad Universitaria, desde uno de los balcones de la Facultad de Filosofía y Letras. Afuera llovía a cuenta gotas. Una de esas lluvias inexplicables, perdida en medio del loco mes de curso, antecedida por un soleado día y seguida por una no menos cálida noche. Era mi cumpleaños.

Hacía tiempo que no veía llover. Lo extrañaba. Con excepción de las insoportables tormentas que no dejan hacer ni ver nada, adoro las pequeñas lluvias y más aún las aisladas, siento que evocan el tiempo perdido y el anhelado tanto como ellas mismas están perdidas. Aquel día, por alguna azarosa y convenida razón, era mi cumpleaños y entre los regalos recibidos sin duda el mejor fue esa lluvia y la pintura de ella.

De camino a casa, con las gotas rozando mi cabeza, sentí una inexplicable alegría y una insensata impaciencia. La ausencia de un sombrero sobre mi pelo me hizo rabiar un poco. No lo deseaba para protegerme de la lluvia (para eso, dicen, son los paraguas) sino para poder cantar bajo la lluvia como lo hiciera Genne Kelly hace algunos años en una de las secuencias más memorables del cine.

Así, aunque me hubiera encantado tener encima mi Fedora negro, mi Nafta Café o mi Napolitano blanco, omití ese importante detalle y comencé a cantar. Distaba de estar alegre, tan alegre como para cantar sin importar la lluvia, empero, fue la misma lluvia la que me motivó cierta alegría que pronto vacié en el canto y casi en el baile.

¿Qué canté?, la pregunta es obvia, señores: "Singing in the rain" de Arthur Freed, la canción hoy mítica gracias a la interpretación que hizo Gene Kelly en la película homónima de 1952. Pensando al respecto llego a una aventada conclusión: o hay que estar muy alegre para bailar y cantar bajo la lluvia (como es el caso de Don Lockwood, el personaje de Kelly), o hay que estar muy triste y encontrar el desahogo cantando bajo la lluvia. Ambos, sin embargo, son fascinantes.

Mi caso por supuesto es el último y es por eso que dedico esta entrada al momento en el que, sí, lo confieso, desahogue todo en unas desafinadas notas musicales ambientadas en la lluvia. Fue extraordinario y sólo falto mi sombrero y paraguas para hacer el momento perfecto. Sin embargo, esa combinación es exclusiva de Kelly y a él hay que dejársela.

En ausencia de un video de mi ridiculez, les comparto uno del propio Genne Kelly en la extraordinaria escena ya referida, con todo y la introducción para que entiendan un poco de la felicidad que desborda después.

13 de febrero de 2009

Inventario belga

Es curiosa la idea de hacer un inventario. Lo es más si uno es victima de alguno. ¿Lo han pensado acaso?, hacer una revisión minuciosa de todo lo que se posee, saber su valor, su utilidad para poder venderlo, heredarlo, entregarlo. Es hablar con mera materialidad de cosas, quizá, que han recibido un valor espiritual tras poseerlas.

Sin embargo, un inventario resulta necesario.

¿Y qué si hablamos de un inventario no material, qué si evaluamos aquello que no podemos valorar en ninguna moneda de curso? Hace poco, en la última sesión de mi cátedra de literatura de cada miércoles, la invitada (Silvia Molina) narraba la minuciosa manera de hacer los inventarios por los agentes domiciliarios belgas, asentando ya no cuántos cubiertos alberga la cocina, sino cuántas manchas tiene el espejo del baño o rasgaduras la cortina de la ventana. Y entonces lanzó la pregunta que desde entonces resuena en mi cabeza y hoy motiva esta entrada, ¿y si hiciéramos un itinerario belga, así de minucioso, en nuestras relaciones amorosas?

Lo pensé y lo deseché al instante, sólo para meditarlo enseguida y concluir que no era absurdo y que funcionaria de maravilla.

Un recuento de todas las heridas del alma, de todo lo que debe sanarse. Una revisión esmerada de los orgullos y vergüenzas, de las alabanzas y los reproches. Empaquetar aquello que das, con todo cuidado, sin prometer más, y recibir a cambio lo mismo. Y saberlo desde el momento en que lo recibes, conocer que estás frente a algo con tales cosas, con estos roces, con aquellos desgastes.

Y no es, deba aclarase, un acto egoísta para conocer a donde te diriges y ver si te avientas o no. En absoluto. Se hace cuando uno ya ha decidido aventarse y es precisamente lo contrario a un acto egoísta y de paso lo más cercano a la honestidad y la franqueza.

¡Cuántos problemas no se resolverían!, uno no podría reclamar después que le han hecho daño, que le han abierto nuevas heridas, que le han puesto el dedo en viejas yagas o que han dejado el alma destrozada. No, no si hay un inventario, no si se ha hecho constar que las heridas hay estaban y que no pueden achacarse a nadie. O bien que no estaban y que no hay mayor culpable que ese alguien. Y entonces, ¿si sabemos qué heridas nuevas hay, no es más fácil remediarlas, sanarlas? ¿No es acaso el desconocer el origen de los problemas la real y única causa de que los problemas no puedan resolverse?

Piensenlo un segundo; evoquen sus antiguas relaciones, las actuales, imaginen las futuras. ¿No serían acaso distintas si tuvieran un inventario al iniciarse?, ¿no tendríamos menos odio a la personas antes amadas ni a nosotros mismos?, ¿no seriamos más capaces de reconstruir las cosas y edificarlas mejor?, más aún, ¿no podría así conseguirse una relación más firme, consciente de virtudes y debilidades, al tanto de lo que puede y no destruirla?

Quizá me equivoco, no dejo de pensar en que tal vez todo es absurdo y erróneo. Sin embargo, cuando veo hacía atrás y me hago inventarios postergados, ¡cuánto lamento no haberlos hecho a tiempo!

El reproche ya no me sirve de nada así que me atengo a la promesa.

7 de enero de 2009

De vuelta

Las vacaciones suelen tener la enorme ventaja de alejarnos del trabajo o la escuela y la actividad cotidiana para relajarnos o, como dicen, distraernos. Sin embargo, a veces tambien consiguen alejarnos de aquellas cosas que hacemos a la par de la escuela. En mi caso, lo confieso, las vacaciones me alejaron de la escuela y del Blog, éste que hago a la par de la primera.

De cualquier manera, estoy de vuelta después de disfrutar un muy buen periodo vacacional y para añadir más y mejores entradas a este blog que renové precisamente para no abandonar. La próxima entrada, de hecho, es una innovación que se me ha ocurrido y que espero guste.

Aprovecho para desearles felices fiestras (retrasadas), felices reyes (retrasados un poco menos) y la mejor de las suertes en este nuevo año. Y de paso les dejo una foto para que vean que en efecto me fuí de vacaciones y no fue simple pereza lo que me impidió actualizar el blog.

En la playa, leyendo a Kundera... insuperable. ¡Hasta pronto!

22 de diciembre de 2008

Sobre la pestilencia de Cortázar

Es indignante, pero ocurrió. Disfrutaba un taco de papas con chorizo en casa de cierta amistad universitaria cuando uno de los asistentes a aquello que era una celebración propia de éstas épocas se acercó y preguntó si leía o escribía algo actualmente. Respondí que este semestre había leído algunos cuentos que me faltaba conocer del argentino Julio Cortázar.
Al mencionar ese nombre, otra colega universitaria que se servía con esmero un taco de chicharrón en salsa verde nos interrumpió y lanzó una cuestión: "¿Qué estás leyendo de él" Respondí "Casa tomada y otros cuentos" y, como debe ser, me dijo que a ella le parecía esplendida esa colección. Yo asentí y ambos caímos en vítores para el literato argentino hasta que ella se despidió y pasó a un cuarto alterno.

Desde allá la escuché gritar a alguien: "¿A ti no te gusta Cortázar, un escritor argentino elevado, pero cabrón?" Una descripción escueta pero sincera. Escuché la respuesta: "Cortázar apesta." No supe quien la dijo y decidí que no me interesaba saberlo. Aquella chica insistió con la pregunta más sensata que se le hace a alguien que ha dicho que algo no le apetece o le disgusta: ¨¿Por qué?" Y la respuesta: "Nomás, porque apesta."

Quise saber que voz capaz de hilvanar dos idioteces tan monumentales pero me contuve. Es cierto que no la obra de Cortázar puede no gustar a todos pero al menos uno puede hacer un esfuerzo por identificar y decir las razones por las que le disgusta y sinceramente la respuesta de aquel sujeto me pareció tan insensata que ya escucharía al propio Cortázar riéndose.

Que Cortázar apeste por ser Cortázar es de risa loca. El mismo argentino, tan fascinado por el tema de los dobles que tantos y tan buenos escritos generó, sin duda haría un cuento "de una sentada" -como solía hacerlo- donde, sin el más mínimo insulto, ridiculizaría aquella respuesta.

Pensando en eso fue que quise responder a aquella afrenta literaria pero no encontré palabras y supe que la mejor manera era sacar mi libro de mi petaca y leer solo un párrafo para preguntar en donde infiernos estaba la pestilencia de Cortázar de la que el tipo se ufanaba. Al final, empero, me contuve pues no quise arruinar la velada en la que yo era sólo un invitado más.

Sin embargo, me queda la espinita y les paso a ustedes, lectores, mi inquietud. ¿Apesta Cortázar? No respondan como aquel, de improviso. Antes escuchen el capítulo siete de Rayuela, narrado por el propio Cortázar y entonces sí respondan, con sinceridad, ¿apesta Cortázar?



Yo, francamente, no percibo ninguna pestilencia.

18 de diciembre de 2008

El fin de un ciclo

Algunos usaran ese titulo el próximo 31 de diciembre; yo, en cambio, lo uso hoy. Y no es por llevar la contra (costumbre ajena a mi persona) sino porque hoy para mi es el fin de un ciclo empezado hace dos años y que ya anhelaba impaciente que terminara.


Corría el mes de junio de 2006 cuando yo me presenté por vez primera en el Instituto Nacional de Estudios Históricos de las Revoluciones de México (INEHRM.) con una intención muy concreta y absurda: entregar un documento. Se trataba de una constancia para la maestra Silvia Cuesy, quien había tomado parte en un evento que varios compañeros organizamos en la Facultad de Filosofía y Letras. Como nadie quería aventurarse a dejar la constancia, me propuse a hacerlo yo.

Me dirigí pues allí y por alguna de esas casualidades –sí, aquellas que no existen pero agradecemos cuando suceden–, Silvia tuvo un chispazo de memoria y me preguntó, “Oye, tu sabes o conoces a alguien que sepa traducir inglés?”, yo asentí con la cabeza pues el inglés es una de las pocas que presumo saber y ella me planteó integrarme a un proyecto en el que antes trabajaba una becaria a la que nunca conocí y sólo supe que se fue a Canadá dejando al Instituto con un becario menos.

No tiene caso detallarles más: acepté, me pusieron a prueba y me incluyeron en el proyecto coordinado por el maestro Jesús Méndez Reyes. Aquel semestre no pudieron pagar mis servicios con dinero y la maestra Patricia Irigoyen Millán, entonces Jefa de Proyectos Históricos propuso hacerlo con libros. Quienes me conocen y advierten en mi esa afición enfermiza por los libros sabrán que no dude ni un instante en aceptar.

Y así, de agosto a diciembre de 2006 me dedique de llenó y con fascinación a traducir un documento a todas luces interesante. Llegó 2007 y con él la invitación de Silvia a incorporarme de manera “oficial” al Instituto, cosa que hice al meter mis papeles y ganar una de las diez becas. Un año me dedique a ese documento, haciendo el aparato critico que la maestra Cuesy seleccionaba previamente.

A pesar de que ya no estaba el maestro Méndez (pues dejo el INEHRM. gracias a un mejor trabajo en Tijuana), ese año fue esplendido pues el documento era extraordinario y mi trabajo me encantaba. Tenía además el beneficio económico y uso de la biblioteca, tanto como el apoyo académico de las maestras Cuesy e Irigoyen.


Pero llego el 2008 y con él un nuevo director para el Instituto, el abogado José Manuel Villalpando César. Yo había renovado la beca y seguía trabajando en el mismo proyecto hasta que el recién citado decidió que ya no debía hacerlo más pues el Instituto se encargaría ahora de “labores más cercanas a la difusión y divulgación de la historia.”

Señaló también que nuestro proyecto próximo a terminarse y publicarse no “servía para nada” y sería dado de baja, lo que en efecto ocurrió. Lamentablemente, eso era sólo el principio: al poco la maestra Cuesy renunció y se integró al Colegio de México (tal fue una buena decisión pues allí se apoyó la publicación del documento), y nuevos proyectos llegaron al Instituto.

Algo he de confesar antes de seguir. Si bien las intenciones del nuevo director me parecían sensatas, nunca estuve de acuerdo con la manera de acometerlas. Es un hecho que me gusta la difusión y quizá me dedique a ello desde mi trinchera literaria, sin embargo, no puedo aprobar de ninguna manera lo que Villalpando ha venido haciendo.


Ha tenido aciertos, es verdad, pero sus acciones equivocas –al parecer mio, aclaro– han terminado por ser más evidentes. Sin embargo, creo no ser más que un opositor perdido entre la muchedumbre enardecida de satisfacción, si ustedes buscan en google a este distinguido personaje encontraran cantidad de alabanzas y vítores y poca o ninguna critica a su labor. Yo, en cambio, no me cansaré de criticarle aquello en lo que creo que se equivoca y, a fuerza de brevedad, me limitó a denunciar su decisión de eliminar proyectos avanzados y fundamentales para la divulgación histórica que escupe defender.

Pero esa, por cierto, es otra historia. Después de andar de aquí para allá haciendo cantidad de cosas, la mayoría inútiles, el día de hoy asistí por última vez al Instituto pues, aunque me fue sugerido, no renovaré beca el año entrante. Es cierto, es una ayuda económica muy útil que me ilusiona tener por tercer año consecutivo, empero, es más fuerte mi deseo y convicción de defender lo que pienso. Quizá mi mayor aprendizaje de éste año haya sido la lealtad a uno mismo y, sí el año entrante renuevo esa beca, estaré faltando a eso a cambio sólo de un jugoso ingreso material.

En fin, lo anterior es sólo para compartirles lo ya dicho: hoy, con la entrega del último informe y la despedida de las personas conocidas se cierra mi ciclo como becario del Instituto Nacional de Estudios Históricos de las Revoluciones de México.



¿Qué me deja ese periodo?: amplios y firmes conocimientos de muchos temas (entre ellos el que a la postre se volvió mi tema de tesina), el conocimiento de gratas personas más allá de lo que sea que trabajan en el Instituto (Patricia Irigoyen, Jesús Méndez, Silvia Cuesy, Lilián Camacho, Elsa Aguilar Casas, Roger, Oscar Arvizu, Diana Salazar…), y la experiencia que ha acabado por definir mi futuro, al menos en intención. Me refiero a haber visto como la academia se cierra cada vez más sobre si misma y se olvida que aquello que trabajan –la historia– la hacen los hombres y a ellos, y a nadie más, ha de volverse.

Los ciclos se cierran, lo sé. Y llegan su fin para que otros puedan iniciar. Yo no sé cual sigue, al momento que esto firmó sólo sé que aquello que en delante inicia ya no será igual. Nunca más será igual pues aquello en lo que más creo será puesto por delante de todo cuanto haga aún cuando sea pagado de manera miserable o repudiado por quienes en la frente no llevan impresa su lealtad, sino su hipocresía.

Como suelo decir: Amanecerá… y veremos.

14 de diciembre de 2008

El blog renovado y mejorado: presentación

La reciente tenacidad mostrada por el gran colega Dieter en su blog, sumado al fastidio de tener muchas ideas y no poder escribir ninguna en concreto me han llevado a renovar y mejorar éste blog que estaba más bien abandonado y que en delante tendrá más y -espero- mejores aportaciones.

Este blog lo usaba para publicar mis relatos (cuentos, nouvelles, cápitulos de novela), sin embargo, a partir de hoy deja de cumplir con esa función. ¿La razón?, que he decidido trasladar los relatos a un nuevo blog y usar éste como el principal y al que más contribuciones haga en delante. Antes, el blog principal era el de Windows Live Spaces pero la verdad es que aquel lo he abandonado y, a fuerza de ser sinceros, resulta mucho más cómodo y esplendido el sitio de Blogspot y prefiero que mis aportes se hagan en él.

En realidad, serán tres blogs los que manejaré (pues el de Windows Live tendrá lo mismo y éste me gusta más), a saber: éste que se encuentran leyendo, el otro de blogspot con los relatos y un tercer blog de Wordpress en el que llevare una especie de bitácora de tesina pues el año que entra comienzo los trabajos formales de investigación y redacción de la misma.

Con lo anterior, sólo me queda decir algunas cosas importantes sobre esta nueva etapa del blog. La primera, que tendrá contenido mucho más variado y, por ende, completo. En Windows Live había divido el espacio en distintas partes (música, cine, deportes, literatura, etc.), sin embargo, creo que tal cosa resulta innecesaria de hacerse aquí y menos aún si puedo recurrir a las etiquetas de entrada de blogspot. Asimismo, las entradas serán más enriquecidas pues incluirán imagenes, videos o audio según sea el caso y lo permitan las muchas virtudes de éste sitio. Así que, sí, adíos a las aburridas entradas de antes.

Segunda, será un blog más "relacionado", lo que quiere decir que no andará tan solitario como antes por la red. Como buen blogger, no puedo exigir que lean y comenten mi blog si antes no hago yo lo propio con los blogs de otros colegas -conocidos o no- que llenan la red. Además, habrá que admitir que existe una enorme cantidad de blogs dignos de seguirse y espero que el mío pueda incluirse en esa lista. Así, las entradas y partes de este blog en delante serán ricas en enlaces y referencias a otros blogs que leo, recomiendo o conozco.

Y tercera, será mucho más constante. El hecho de tener un espacio tan lento y difícil como Windows Live Spaces hacía que me diera flojera escribir algo y publicarlo. Mismo caso que con los relatos, no escribo tantos ni tan rápido y en el periodo que no lo hago el blog está pausado. Sin embargo, ambos problemas están solucionados con el nuevo blog exclusivo para relatos y con el abandono de Windows Live en beneficio de blogspot, lo que me permitiría publicar con mayor constancia y calidad.

Esto último es también una promesa pues, lo he dicho siempre, no existe cosa más maravillosa y que a mi divierta más que escribir, así que no puedo hacerme tonto y sólo decirlo y no hacerlo. En delante, escribiré tanto como sea posible y este blog será testigo de esa noble promesa.

En fin, hasta ahí la presentación del blog. Espero haber dicho lo suficiente para despedirme con la promesa de publicar pronto la primera aportación de este blog renovado y mejorado. Reciban y deséenme suerte, hasta pronto.