Ahora, lo cierto es que tampoco puedo darme el lujo de tener otra entrada que sólo anuncie mi regreso y verse sobre nada, pues este blog me parece que ya excedió su cuota anual de ese tipo de entradas. Así que, brevemente, ahí les va una reflexión, a modo de pregunta: ¿estaríamos mejor con López Obrador?... No, no es cierto, esa no era, disculpen el mal chiste -y no olviden que este blog es apolítico- lectores. Ahora si, la pregunta, hoy 5 de mayo,¿hay qué celebrar la Batalla de Puebla?, ¿por qué?
Las razones para la respuesta afirmativa son todas conocidas: se venció a uno de los ejércitos más poderosos del mundo -con uno de los más débiles, de paso-, se detuvo el ataque francés que galopaba sin cesar hacía una fácil victoria, y claro, se dio una muestra de resistencia y valentía, pero sobretodo, de unidad. Esas y alguna otra que se me escape a mi pero no a las monografías sobre el tema.
Sin embargo, he aquí una buena razón para no celebrarlo: no sirvió de gran cosa pues en un par de años se instauró el imperio de Maximiliano de Habsburgo. Quienes somos especialmente críticos con la historia -y más con esa decorada y noble historia patria- encontramos en declaraciones incendiarias como la anterior tremendos pilares para combatir el patriotismo ciego, ese que desconoce las verdaderas circunstancias de cada hecho y sale a la calle a gritar en septiembre e ignorar el sentido de sus gritos el resto del año.
Sin embargo, en el particular caso de la Batalla de Puebla, esos pilares se derrumban, se tienen que derrumbar, hacer cenizas. Porque lo cierto es que ese suceso, para propios y extraños -patriotas y malinchistas, si gustan-, debe ser celebrado, no sólo recordado, celebrado, aplaudido y puesto en alto cada que siquiera se mencione. Y no por las razones dichas arriba, que son las fáciles, sino porque la razón para no celebrar la Batalla de Puebla se vuelve intrascendente ante la principal razón para celebrarla.
Que no sirvió de nada porque los franceses igual triunfaron ignora el hecho de que fue gracias a la Batalla de Puebla que esos mismos extranjeros fueron derrotados. ¿Cómo?, fácil: fue gracias a todos los ánimos que levantó, a los opositores que unió y sobretodo lo que demostró al mundo y a los propios mexicanos, que la lucha se mantuvo viva y al final se impuso. Uno puede o no estar de acuerdo con la lucha republicana de Juárez y compañía -hay quienes aplauden lo poco que dejaron hacer a Maximiliano como emperador, por ejemplo- y enorgullecerse o no de ella, empero, como parte de nuestra historia, parte fundamental como pocas, tiene mucho de su éxito en la temprana Batalla de Puebla.
Lo que ocurrió aquel 5 de mayo de 1862, haciendo a un lado todos los adornos que el recuerdo y la historia le han agregado, es uno de esos momentos históricos de orgullo y gloria para este país que, por cierto, los tiene muy pocos. Lamentablemente -o afortunadamente, merced a los asuetos que provocan- tenemos un montón de fechas festivas que no son dignas de celebrarse como lo hacen, mientras que hay otras que no pasan de meras efemerides, como la de hoy.
El 5 de mayo no es feriado con asueto como otras fechas, y debería serlo más que muchas otras. Es más celebrado en Estados Unidos que acá, precisamente cuando es una fiesta cuyo símbolo -orgullo, unidad, resistencia- debe sernos común a todos, y más en estas épocas. En fin, no quiero extenderme en el tema, pues el asunto da para mucho, sin embargo, dejo la pregunta en el aire, y acaso el debate se retome en otra entrada: ¿hay que celebrar la batalla de Puebla?
Quizá la pregunta para otra entrada sea cómo, cómo celebrarla. De mientras, ahí está la pregunta y ahí mi respuesta. Espero la suya...