6 de diciembre de 2010

En memoria de Manuel Acuña

Un día como hoy perdía la vida Manuel Acuña, quizá el poeta mexicano -o americano, si ustedes quieren- más extraordinario. Hoy hace 137 años que aquel romántico se arrebató la vida tomando cianuro, dejando un enorme legado y también un gran vacio, tantos y cuantos poemas más que no escribió.

Aquél sábado de 1873, algo hizo que Acuña deseara dejar de existir. Vivía en extrema pobreza y sufría una depresión profunda, ambas razones de peso para dar sensatez a un suicidio, sin embargo, ambas necesitan un detonante y Acuña pareció encontrarlo en su amor no correspondido por Rosario de la Peña. Siempre he creído que no vale la pena morir por nada ni por nadie, que nada vale más que tu vida misma, sin embargo, por eso mismo guardo un especial aprecio a aquellas personas que ofrendan su vida por alguien, que les importa tan poco su vida como para entregarla así. Creo, no sé, que es una cuestión de valor, algo que está al alcance de muy pocos.

Cierto amigo, siempre defensor de los argumentos más vanos y de las contradicciones más risibles, me dijo alguna vez que lo de Acuña era cobarde, que alguien en verdad notable pelearía por ella, que alguien que en vez de hacerlo se mataba no sentía verdadero amor por esa persona. Quizá sea cierto pero yo, que igual considero cobardes a los suicidas, me niego a creer que Manuel Acuña fuera un cobarde.

Es una contradicción que no puedo resolver. ¿Por que se suicidó Acuña?, sí, por su situación precaria de vida, lo que lo hace un cobarde; pero sí, también, por su incapacidad para vivir con el rechazo de Rosario, que también lo vuelve cobarde. Sin embargo, me niego a llamarle cobarde, me niego a considerar que un escritor de su tamaño sea un cobarde.

La literatura es de valientes, de hombres que hacen menos lo que es menos y más lo que es más. De tipos que no tienen nada que mostrar a los demás y que en ese afán demuestran todo. De guerreros, de soldados cargados con el arma más poderosa, la que atraviesa almas y no cuerpos. Acuña es de esos, Acuña no puede ser un cobarde y yo no puedo resolver mi contradicción.

Limitado a mi incapacidad, prefiero callar y dar voz, hoy, en su aniversario luctuoso, a Manuel Acuña. Sólo una poesía me ha hecho llorar (hablo de llorar en serio, no de acabar con los ojos llorosos), y esa es el Nocturno a Rosario que hoy honra este blog:



I

¡Pues bien!, yo necesito
decirte que te adoro,
decirte que te quiero
con todo el corazón;
que es mucho lo que sufro,
que es mucho lo que lloro,
que ya no puedo tanto,
y al grito que te imploro
te imploro y te hablo en nombre
de mi última ilusión.

II

Yo quiero que tú sepas
que ya hace muchos días
estoy enfermo y pálido
de tanto no dormir;
que ya se han muerto todas
las esperanzas mías,
que están mis noches negras,
tan negras y sombrías,
que ya no sé ni dónde
se alzaba en porvenir.

III

De noche cuando pongo
mis sienes en la almohada,
y hacia otro mundo quiero
mi espíritu volver,
camino mucho, mucho
y al fin de la jornada
las formas de mi madre
se pierden en la nada,
y tú de nuevo vuelves
en mi alma a aparecer.

IV

Comprendo que tus besos
jamás han de ser míos;
comprendo que en tus ojos
no me he de ver jamás;
y te amo, y en mis locos
y ardientes desvaríos
bendigo tus desdenes,
adoro tus desvíos,
y en vez de amarte menos
te quiero mucho más.

V

A veces pienso en darte
mi eterna despedida,
borrarte en mis recuerdos
y huir de esta pasión;
mas si es en vano todo
y mi alma no te olvida,
¿qué quieres tú que yo haga
pedazo de mi vida?
¿qué quieres tú que yo haga
con este corazón?

VI

Y luego que ya estaba
concluido el santuario,
la lámpara encendida
tu velo en el altar,
el sol de la mañana
detrás del campanario,
chispeando las antorchas,
humeando el incensario,
y abierta allá a lo lejos
la puerta del hogar...

VII

¡Que hermoso hubiera sido
vivir bajo aquel techo.
los dos unidos siempre
y amándonos los dos;
tú siempre enamorada,
yo siempre satisfecho,
los dos, un alma sola,
los dos, un solo pecho,
y en medio de nosotros
mi madre como un Dios!

VIII

¡Figúrate qué hermosas
las horas de la vida!
¡Qué dulce y bello el viaje
por una tierra así!
Y yo soñaba en eso,
mi santa prometida,
y al delirar en eso
con alma estremecida,
pensaba yo en ser bueno
por ti, no más por ti.

IX

Bien sabe Dios que ese era
mi más hermoso sueño,
mi afán y mi esperanza,
mi dicha y mi placer;
¡bien sabe Dios que en nada
cifraba yo mi empeño,
sino en amarte mucho
en el hogar risueño
que me envolvió en sus besos
cuando me vio nacer!

X

Esa era mi esperanza...
mas ya que a sus fulgores
se opone el hondo abismo
que existe entre los dos,
¡adiós por la última vez,
amor de mis amores;
la luz de mis tinieblas,
la esencia de mis flores,
mi lira de poeta,
mi juventud, adiós


Descansa en paz, Manuel Acuña.

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