24 de octubre de 2011

Historia de una ida y una vuelta

Si reconocieron el guiño literario del titulo, congratulaciones. Sino, qué importa -están estadisticamente perdonados-, lo único que vale es que me pareció genial usarlo para esta entrada que es la conclusión de la anterior, en la que prometí una reflexión más extensa sobre mi partida de la ciudad o, si ustedes prefieren, sobre mi vuelta a Temascaltepec de González. Y lo prometido, en este blog, siempre es deuda.

Bueno, más que una conclusión es una entrada aparte y es una que no sé ni como empezar, como escribir y como terminar así que, con el perdón o la indiferencia de ustedes, la iré escribiendo según me vaya inspirando. A lo bestia, pues. Temascaltepec de González -en delante, Temas, para mayor comodidad- es, para decirlo en cinco palabras, el pueblo de la familia. De allí es originaria la familia de mi padre, y mi madre, si bien no es de ahi, pasó gran parte de su juventud y vida adulta en él antes de que decidieran mudarse a la ciudad de México.

A partir de ese momento, en que la ciudad acogió a mis padres y nos vio crecer a mis hermanos y al que esto escribe, tanto mis padres como nosotros "convertimos" a Temas en el lugar al que ibamos a distraernos, divertirnos y, claro, visitar a los muchos familiares que dejo atrás la partida. Por alguna azaroza -y acaso sicológica- razón, me cuesta enormidades recordar casi cualquier cosa que me ocurriera antes de mi adolescencia e incluso en ella y ciertamente mis recuerdos de infancia son pocos e inconexos, sin embargo, muchos de ellos -y muchos de los mejores- son de Temas.

De niño, muy niño, los recuerdos son escasos pero sé con certeza que todos son gratos. Cosas de niños, por seguro, juntarse con toda la "huachada" y correr de arriba abajo por las calles empedradas, bajar a la plaza o al kiosco a no hacer otra cosa que inventar juegos y agotarlos, echar la cascara y terminar el día con una nieve y un pan que a la fecha sigo sin saber como se llama pero era y es una delicia (a saber, un par de rebanadas de pan esponjosito con un relleno cremoso y rojo -de fresa, supongo- en el centro)

Más grande las memorias se hacen mayores y más nitidas. A eso de los diez años, por atinar un número, recuerdo que era imperante para mi levantarme temprano, muy temprano, e ir a caminar por el pueblo, una ruta distinta cada día, aunque ya las hubiera recorrido todas un sinfín de veces. Me encantaba caminar por el callejon de Los Ortigos, recorrer el libramiento del pueblo, el barrio de Milan y sobretodo subir hasta Los Tanques y luego bajar por las viejas escaleras hasta llegar a la Central Hidroelectrica de Temas, ruta que sin embargo hacía menos porque era de lejos la más pesada. Aunque lo que más recuerdo es que armaba un plan maestro para levantarme antes de las seís y media y casi correr al local de maquinas de video que estaba en el arco de la entrada, esperar a que el señor abriera y entonces gastarme mi dinero en las maquinas antes de que los demás llegaran a apañarlas y mi madre se preocupara por el desayuno.

Ahora que lo pienso, pasaba una cantidad asombrosa de tiempo en esas maquinas y las de la plaza. ¿Qué quieren que les diga?, los videojuegos han sido y seguramente seguiran siendo uno de mis más grandes vicios. Al volverme más grande, deje de ir tanto a esas maquinas y sólo lo hacía por las tardes pues por las mañanas me entretenía vagando por el pueblo o echando una cascara de baloncesto en la cancha del Sindicato Mexicano de Electricistas mientras que por la noche pasaba el tiempo en la plaza junto al puesto de tacos de mi tío Pancho o jugando fútbol en la plaza con toda la peña.

No obstante, lo que más recuerdo de esa edad -12, quizá 13- es el tiempo que pasaba junto a un amigo que conocí en el pueblo, Luis Alberto. Curiosamente, no recuerdo como le conocí o dónde o por qué, sólo sé que pronto nos hicimos muy amigos, casi hermanos, y que ibamos a todos lados juntos y la pasabamos, sin más, a toda madre. Yo me pasaba largos ratos en su casa, a la que por cierto era una travesía llegar y regresar, y eso formaba parte de la diversión; él llegaba bien temprano a casa de mi tía para buscarme e ibamos apenas asomaba el Sol a vagar, ora a las maquinas, ora a Milan, ora a la plaza, ora a Las Peñas, de lejos mi lugar favorito del pueblo y en el que ambos terminabamos las tardes con largas pláticas mientras disfrutabamos de la preciosa vista del pueblo que da ese sitio.

Pensandolo hacía atrás, eramos hermanos. Hermanos. Hace poco le vi de nuevo acá y la empatía ya no estaba, el hizo su vida de una manera y yo de otra muy diferente y por más que ambos quisimos reanudar el lazo, fue imposible, una laguna de diez años lo impedía. Es curioso. Y triste. Recuerdo que el había llegado a Temas de Veracruz y que siempre decía que algún día tendría que regresar, que eso le decían sus padres, y me acuerdo que tanto él como yo temíamos el triste día en que eso ocurriera e incluso hacíamos planes para evitarlo. Y al final fuí yo el que de buenas a primeras se largó y dejo de ir al pueblo mientras él se quedo allá.

¿Por qué deje de ir? No lo sé. Es decir, no lo sé con certeza, fueron muchas cosas, quizá no fue ninguna. El pueblo dejó de divertirme, ya sólo lo era en la fiesta del patrón del pueblo en enero o en la semana santa con las representaciones del Via Crucis, el resto del tiempo era la total aburrición. O quizá cambié yo, mis intereses fueron otros y encontre más agradable la falsa y rauda calma de la ciudad que la de Temas. Seguramente fueron ambas cosas o alguna otra que no logró entender aún, el caso es que deje de ir y me ausente de Temas por poco menos de 10 años.

Alejado del pueblo, salvo por algunas visitas esporádicas, pasé mi adolescencia y mi juventud -las etapas que, dicen los que saben, te forman intelectualmente- en la Ciudad de México. Casi todo lo que sé, toda mi ideología, en lo que creo y no creo, lo que odio y lo que defiendo, lo que me gusta y lo que detesto, todo eso y un montón de cosas más las aprendi en la ciudad de los palacios gracias a que allí pude estár bien cerca de los mejores mentores. No, no hablo de mis maestros ni de mis escuelas -aunque en algo ayudaron, es verdad- sino de mis libros. Los que pudé leer y los que no me cansé de comprar.

Y claro, aprendi tambien de las amistades que hice por allá. Bien pocas, es verdad, pues siempre he sido hombre de pocas palabras y menos amigos, pero es por eso mismo que esas pocas son sinceras y las mantengo vigentes ahora pese a la distancia pues, aceptemoslo, en este mundo actual es imposible desaparecer: si querés hablar con alguién, le localizas y hablas, así que ese no es problema y a dos meses de mi partida, no lo ha sido.

La capital del país tiene,ese montón de ventajas y comodidades que comparte con cualquier ciudad superpoblada y que seguramente influyeron en mi decisión de no volver más a Temas, sin embargo, quizá tambien acabaron por determinar mi vuelta al pueblo, junto a otro montón de factores. En México terminé una carrera, la terminé con honores y si bien intenté todo un año volverme un profesionista de la misma, no lo conseguí. Falta de oportunidades de trabajo, falta de experiencia laboral o simplemente que muy en el fondo no me interesaba ninguno de los trabajos para los que un historiador sirve en el esquema laboral de este país, el caso es que no conseguí emplearme y de a poco empece a concluir que, en efecto, no me interesaba ser un historiador y alguna otra cosa tendría que encontrar entretanto.

La carrera, para mí, fue un papel más, un pasito dado como la preparatoria o la secundaria. Eventualmente me servirá y acaso algún día susbsista de ello pero, por ahora, no me interesa ni presumirla. Tengo en el subsuelo de mi persona otras virtudes y otros gustos menos reconocidos pero mucho más útiles y prácticos, y uno de ellos fue el que me llevó a la aventura de volver a Temas. Mi hermana a un año que tiene un café en Temas y su oferta inicial fue que le hiciera postres y ella los vendería ahí y me daría parte de las ganancias. Jamás estudié gastronomía o cosa parecida, simplemente los postres me salen bien; es simple: me das una receta bien dada, y hago un postre espléndido.

Un par de meses después vimos disponible un local en el mero centro del pueblo y entonces la idea paso de sólo hacer postres a abrir una sucursal del café como socios, un negocio familiar en todo el sentido de la palabra. Intenté pues por última vez conseguir un trabajo de mi carrera y lo encontré en la misma semana en que debía decidir si me aventaba al negocio familiar o me quedaba en la ciudad. Y entonces tome la valiente, arriesgada y acaso estupida decisión de desechar la oferta de trabajo y aceptar la aventura familiar.

Una decisión dificil y, sobretodo, extraña. Rara por lo imprudente y apresurada que resultó: una semana estaba tomando un cafe en la Ciudad de México y a la otra sirviendo un café en Temascaltepec de González. Quienes me conocen saben que, ante todo, soy un tipo demasiado prudente y excesivamente sensato, que medito todo y que cualquier decisión a tomar que incluya el mínimo riesgo, por lo general, la desecho. Sin embargo, quienes me conocen más de cerca se han cansado de decirme que esa, mi mayor virtud, es tambien mi más grande defecto y tal vez en honor a ellos o simplemente porque ya era justo y necesario, decidí emprender esta aventura sin pensarla más de una vez.

Mi vuelta a Temas, por otro lado, ha tenido sus contrastes. Apenas me mudé estaba leyendo Retorno de las estrellas, una extraordinaria novela de Stanislaw Lem, y ciertamente sentí empatia con lo que pasaba al personaje principal, Hall Bregg, quien vuelve de un viaje estelar de diez años que, por la dilatación del tiempo, se traducen en 127 años terrestres. A su vuelta no reconoce nada y se da cuenta que todo ha cambiado pese a que no ha estado, en su percepción, ausente tanto tiempo. Así me sentía yo, que tal vez ilusamente esperaba encontrarme con las mismas personas en los mismos lugares y volver a las rutinas, pero no, reconocia rostros, pero no conocía ya las personas y notaba esa misma expresión de reconocimiento y extrañeza en ellas. Sin embargo, el lugar si que era el mismo y poco había cambiado -salvo por una inexplicable e irritante perdida de su vida vespertina y nocturna-, seguía teniendo ese indescriptible encanto y la pregunta de por qué deje de volver a él asomaba a cada día sin que a la fecha pueda responderla o al menos disculparla.

Sea como fuere, el hecho concreto es que acá estoy, en el pueblo que antes era sólo diversión y ahora es lugar de residencia. Me prométí, apenas baje del autobus que me trasladó aquel 7 de agosto, que permanecería un año aquí y entonces decidiría que hacer con mi malograda vida y si Temas seguiría estando en ella como hogar o volvería a su status anterior. Si hoy fuera el día de elegir, optaría por la primera opción pues sin hacer a un lado todo lo que pasé en la ciudad y a todas las personas valiosas que allá conocí, tengo la extraña sensación de que vine a Temas a una sola cosa: a vivir. Sólo eso, a vivir.