20 de enero de 2011

Sobre nada y escribir

Hoy es jueves. Sí, es día de entrada del blog. Lo olvidé por completo hasta ahora que, por una suerte de inercia abro la página de Blogger para revisar si hay nuevas entradas de otros blogs a los que soy asiduo seguidor. Así que de pronto me acuerdo, una nueva inercia me hace pulsar "nueva entrada" y llegó a esta pantalla sin tener idea sobre que escribir pero, curiosamente, con unas barbaras de escribir sobre algo, lo que sea.

Pienso entonces en abandonar, en cerrar la ventana y dejar el día sin entrada y preparar algo especial para el domingo, empero, no la he cerrado y sigo escribiendo en ella. Ya va, a pensar, ¿sobre qué escribo? No, no se me ocurre nada. Quizá sea buen momento para reflexionar, para no hablar de nada y pensar hacía afuera, y dejarlo por escrito.

Y, al releer mi primer párrafo se me ocurre ya de que hablar y librar esta entrada. Escribir, hablar sobre escribir, sobre las ganas de escribir. Esas que digo "ganas barbaras" de escribir, me contraponen, como si de repente no las sintiera, como si mi largo día no fuera precisamente una incesante lucha contra las ganas de escribir y volver palabra impresa tantas historias.

Pienso lo dicho y no puedo evitar concluir que las ganas barbaras quizá se refieran a otra cosa. Más bien, a otro tipo de escritura, no a ésta informal y descuidada que redacto con cierta facilidad, sino a aquella que tanto me gusta pero tanto trabajo me cuesta hacer y tan mal me resulta. Cuento, novela, relato, literatura. Pura, perfecta.

Hace ya cierto tiempo que, tras leerme, decidí que no volvería a escribir ni una historia más porque éstas no resultaban con la mínima calidad que esperaba de ellas y porque se volvían cada vez más aquella literatura simple -y casi diría barata- que tanto odio leer o siquiera ver publicada. Prometí que no volvería a escribir un cuento hasta que confiara lo suficiente en que la calidad resultante no estropeará una historia que en mente era buena.

Algunos colegas sugirieron que la medida era un error, que no debía hacerlo y que en realidad si hacía buenos trabajos con mis relatos. Yo, por supuesto, ignoré tales consejos y lo seguiré haciendo pues mi desencanto es mas fuerte que su comprensión. Mantendré mi promesa e intentaré combatir esas ganas y esa ansiedad literaria desde este blog -que, por cierto, para eso y no otra cosa existe- que mantengo ahora con tanto esmero.

Sin embargo, no puedo negar el temor a resistir a la tentación. Si es así, ya tengo la solución: escribiré de nuevo y para ello me haré una promesa aún más fuerte: será una última oportunidad. Esperaré una buena historia, la pondré sobre el papel y será ella y sólo ella la que decida si escribo de nuevo aquella literatura o mantengo este blog como una suerte de medicación.
Como me gusta decir en estos casos. Amanecerá, y veremos...

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